Piedra, papel o tijera. Es el juego de moda. La única fórmula de un gobierno que basa su estrategia en cuatro pilares fundamentales: culpar de todo al gobierno anterior (como si la grave situación que atravesamos fuese la consecuencia exclusiva de la mala gestión de Zapatero y el Partido Popular no tuviese que ver con el derroche ni con una pésima oposición); derruir paso a paso el equilibrio social conquistado (sanidad, educación, cultura, fomento del empleo...); privatizar lo público (ahora le toca el turno a las televisiones autonómicas) e instalar progresivamente un régimen del miedo (ya han convertido la resistencia pasiva en un delito). El argumento es que es necesario y urgente amputarse una pierna y hasta un brazo, si hace falta, para cumplir las exigencias de Alemania, donde cuya tasa de paro es mínima con respecto a nuestro país y su productividad como sus servicios públicos están por encima de los nuestros. La estrategia del miedo, iniciada hace escaso tiempo por las dos mil inspecciones de Hacienda a los sectores de la agricultura, la construcción y el textil, acaba de rizar el rizo con la decisión de vigilar a los parados. Ese colectivo de parásitos que exprimen las ubres del dinero público, mientras toman el sol de mañana de lunes a domingo y por las tardes se dedican a defraudar, a ganar dinero en negro. Los parados con una precaria prestación que chapucean para cubrir las necesidades básicas de sus familias y de paso alimentar la economía sumergida que está arruinando el país. Igual que llevan años haciéndolo los jubilados adictos a las pastillas y a las consultas de cabecera, los jornaleros del campo, los sindicatos que exigen convenios laborales y los trabajadores que reclaman un despido digno. Vaya panda de sinvergüenzas, de vividores a costa de las maltrechas arcas, culpables del insomnio de los empresarios, de las estrecheces financieras de los bancos, de los ramplones sueldos de consejeros, diputados, etc. Menos mal que ha resucitado con fuerza el espíritu de reconquista de Don Pelayo y que los expertos en la economía engominada y el bronceado uva, junto con los defensores de la moral, han vuelto para emprender la santa cruzada contra los enemigos interiores del Estado. Ellos conseguirán, con esfuerzo y sacrificio, que a este país, esta vez sí, no lo reconozca ni la madre que lo parió.

Mal lo van a pasar los más de 208 mil parados in crescendo de la provincia de Málaga. No tendrán que asistir a inútiles cursos de formación en empleos, bien en desuso o espoleados por el paro. Si acaso tendrán que realizar trabajos sin remuneración, al igual que los antiguos objetores de conciencia, facilitando así que las empresas ahorren nóminas y los utilicen como trabajadores en negro. Lo que sí que tendrán que hacer es acudir varios días o todos los de la semana a sellar, sin saber hasta unas horas antes a qué hora será la cita con su agente de la condicional. Además de deprimidos y humillados, ahora son sometidos a una vigilancia, tratados peor que los delincuentes cuyo régimen abierto no los controla tanto ni con tanta desconfianza. Sin embargo el gobierno, no coloca la lupa sobre los beneficios empresariales a costa de generar trabajos basura y de realizar eres ni sobre el extendido hábito a emplear sin contrato o sin cotizar a la seguridad social, como tampoco persigue el fraude o la fuga de capitales que, desde hace décadas, lleva a cabo una parte pudiente de la jerarquía social. Los únicos que disfrutan de verdad de un estado del bienestar, gobierne quien gobierne. Lo fácil, lo práctico, es recortarle al pueblo, la vieja víctima de siempre.

Es difícil aceptar de buen grado unas medidas que cada día nos desaniman más y nos devuelven a la pobreza, que nos transforman en personal bajo sospecha, en individuos de saldo a los que terminarán colocando un microchip para vigilar en qué gastamos en el super o en el bar del barrio; qué tiempo empleamos en leer el periódico y cuál es el que elegimos (para saber de qué pie cojea cada cual) o en tomarnos un café en horas de oficina, mientras por arriba apenas se enteran del frío, del hambre, de la desesperación, del miedo, de los recortes de la vida. Unas medidas que están reavivando peligrosamente la brecha y la guerra entre clases; el antiguo fascismo que está desempolvando el derecho de admisión fronterizo y unas actitudes que creíamos desterradas. Está claro, la política se ha convertido en un lobo para el hombre. Y el hombre, en un cero a la izquierda.