Tras el hachazo a la educación pública, seguramente vendrán más recortes por parte del Gobierno de Rajoy. La cosa todavía puede ir más allá, tal vez con jueces juzgando dos casos a la vez con un martillo en cada mano. Quién sabe. La sanidad, las políticas sociales, los sueldos, la inversión pública, las ayudas fiscales a empresas, el turismo, la investigación… La tijera, el miembro más activo del Ejecutivo de Mariano Rajoy, ha actuado ya en la mayoría de los sectores. Pero ninguna de sus intervenciones tiene ni tendrá el impacto de los recortes en la educación a todos los niveles. La madre de todos los recortes. El peor de los pecados, aunque no haya sido el original. El que pagaremos durante más tiempo y con los más perversos efectos. Repaso los pecados capitales y pienso que tal vez haya sido la avaricia la que ha llevado al presidente del Gobierno tan lejos en su afán recortador. Un ansia ilimitada por acumular recortes como medallas que lucir ante la capitana Merkel, sin tener en cuenta las consecuencias. Sin pensar en el retorno a las clases masificadas, al lápiz y al papel frente a los ordenadores, a claustros de profesores desmotivados y desbordados, a alumnos.

desahuciados por la falta de programas de refuerzo educativo y tiempo para atenderlos… Lo pienso y soy yo la que peco, pero creo que de ira por volver a un sistema educativo más parecido al de hace 25 o 30 años. Un sistema en el que me eduqué y del que tengo buenos recuerdos, pero sobre todo por un profesorado que en su mayoría se dejaba el alma cada día pese a enfrentarse a más de 40 alumnos por clase y no saber aún qué era eso de la informática más allá de una asignatura optativa. Un sistema en el que no era raro que muchos estudiantes abandonaran antes de tiempo para trabajar, cuando la importancia capital de la educación aún no se había reconocido. Quizá sea eso lo más absurdo de todo, que el tijeretazo llegue justo ahora que hay consenso sobre que la educación es la base de todo.

«Pido a los españoles un pequeño esfuerzo», dice a los españoles Rajoy bajo un birrete que ahora será la envidia de todos aquellos estudiantes que no puedan acceder a la Universidad y mucho menos soñar con un doctorado. Las subidas de las matrículas entre un 15 y un 25%, lo que significará hasta 540 euros más, alejarán a muchos alumnos de las aulas universitarias en un momento en el que no son pocos los padres que pasan los lunes al sol pese a sus diplomaturas y licenciaturas. Una generación que pudo obtener una buena formación, pero que no le sirvió de nada contra el tsunami del paro. Y detrás, la siguiente generación, sin posibilidad de tener unos estudios superiores o con dificultades económicas para acceder a ellos. Casi una pescadilla que se muerde la cola.

«No hay dinero para atender los servicios públicos», se justifica el presidente del Gobierno, y brota de inmediato el pecado de la pereza. La pereza que da escuchar unos argumentos que fingía no saber antes de ganar en las urnas, cuando la sanidad y la educación iban a ser intocables. Ahora no hay más remedio que meter la tijera, según nos venden, pero qué envidia da ver cómo en otros países, como Reino Unido o EEUU, recurren a fórmulas para que los altos precios de la educación no excluyan a nadie. Becas, préstamos que se pagan una vez iniciada la vida laboral... Pero tal vez nuestros gobernantes de lo que pecan realmente es de una soberbia que les impide incluso copiar lo que en otros sitios funciona. Tal y como está el patio, habrá que consolarse a base de lujuria y gula. Quien pueda, claro.