Hace unos días, coincidiendo con el asalto a YPF, Televisión Española modificó su programación, y cambió un episodio de Españoles por el Mundo dedicado a Argentina por otro que sucedía en Praga. Mejor habría sido sustituir la emisión sobre la Patagonia por Nueve reinas, un magnífico film de aquel país en el que sus protagonistas porteños se hacen trampas y se estafan los unos a los otros sin parar.

La película es una parábola sobre Argentina, y se rodó en el hotel Hilton de Puerto Madero, Buenos Aires. No muy lejos de allí está la Casa Rosada, dónde habita la reina Cristina, y donde quedaría de lo más natural ubicar una versión puesta al día del largometraje, con estafas a lo grande como la de YPF. En ese Hilton de cinco estrellas me hospedé una vez, y pagué con una Visa que sólo utilicé en esa ocasión, durante todo el viaje. Al volver a España el banco me comunicó que la tarjeta había sido duplicada, como si los timadores de la película, tan entrañablemente porteños, aún anduvieran sueltos por el espléndido hotel.

Argentina es un país desmesurado en sus paisajes y en sus paisanajes. Los argentinos ponen presidentes teóricamente democráticos para que luego oficien de reyes, o de reinas, absolutos, evocando a las antiguas monarquías de Europa. La ensoñación peronista sigue mandando en Argentina. En sus orígenes, el peronismo se parecía mucho a la Falange, y así lo reconoció el general Perón en su exilio madrileño, todo para el pueblo pero sin el pueblo. En el chalet de Puerta de Hierro, Isabelita Martínez de Perón y su compinche López Rega hacían espiritismo con el cadáver momificado de Evita, instalado en la mansión como si fuera una consola modernista. El retorno de Perón, otra abracadabrante historia argentina, se saldó con varios muertos en el aeropuerto bonaerense y su señora terminó en la cárcel.

Franco dejó vivir al exiliado general Perón en España, pero no le recibió ni una sola vez en el Pardo. Con el tiempo, el peronismo acabó siendo lo que en cada momento convenía ser, deviniendo lo mismo y lo contrario sin mover una ceja, y cometiendo tropelías como la de YPF, aunque siempre en nombre de los altos intereses de la nación. Cuando invocar a la patria sirve tanto para un roto como para un descosido, se instala la sinrazón y a veces termina el asunto a tiros, como hace treinta años sucedió con las Malvinas. Aquello fue un invento criminal de los jerarcas de la época para levantar el ánimo de la población, como si de una competición futbolística se tratara, sólo que a costa de centenares de muertos. En YPF, la empresa que en otros tiempos había sido un emblema del país, antes de su privatización con Repsol, no hay víctimas mortales, pero si mucha demagogia populista y, sobre todo, mucha plata para repartir. Eso le pasa a Brufau por no pagar comisiones.

Con el latrocinio de YPF, la popularidad de la reina Cristina se aproxima a la de la mítica emperatriz Evita. La Duarte ha sido muy mentada estos días en manifestaciones y pancartas de adhesión al expolio, como si la difunta que yace en el cementerio de Recoleta, encerrada bajo una docena de llaves para impedir nuevas profanaciones, hubiera inspirado a reina Cristina para hacerse con el pastel. Las primeras decisiones de la Casa Rosada con respecto a la empresa expoliada pertenecen también al género del esperpento argentino, como si a mí nombraran director de la petrolera. Es una lastima que Tomás Eloy Martínez, el gran fabulador de la historia contemporánea de aquel país, no esté ya entre nosotros para convertir en ácida materia narrativa a la dinastía de los Kirchner.

Para un europeo, estalla a veces un halo de irrealidad rodeando las gestas argentinas, tan dramáticas muchas de ellas pero tan estrafalarias otras. Cuenta Joaquín Sabina, muy rojo en España y algo más descolorido en el exterior, que durante una visita a la Casa Rosada le entraron ganas de mear. La reina Cristina le condujo hasta el aseo que usaba Eva Perón, que parece que se conserva tal cual, pero Sabina se quedó encerrado y hubo que acudir en su auxilio. En Broadway reponen ahora Evita, estrenada en los setenta, con Ricky Martin en el papel de Che Guevara. La reina Cristina, la petrolera, debería tener también su musical. Ha hecho ya méritos más que sobrados para merecerlo.