El Conservatorio Superior de Música de Málaga acogía hasta hace poco una placa recordando la inauguración de la sede por Franco, en una visita exprés que hizo a la ciudad. A priori, es un beneficio para ella: el edificio, mal que bien, aún se conserva en uso. La Ley de Memoria Histórica condenó ese recuerdo objetivo y de la placa fue borrado el nombre del dictador, aunque ese día se levantase con buen pie, inaugurara un conservatorio y no firmase condena de muerte. Ahora bien, la gramática española ha delatado, para quien conozca las herramientas de esta lengua nacida en San Millán de la Cogolla hace más de mil años, la mutilación que se intenta hacer de la historia reciente, porque en lugar de «se inauguró», haciendo hincapié en el acto (¿pasiva refleja?), se ha puesto «inauguró» así, con sujeto omitido. ¿Quién inauguró qué? Pues Franco. La desgracia de la corrección lingüística es haberse visto concebida como instrumento de tiranía de una clase dominante, en este caso identificada con el régimen franquista, cuando precisamente conocer todos los matices del lenguaje nos hace más libres para entender los significados que nos intente ocultar el abusón de turno (que de cualquier color puede vestirse).

Lamentablemente, tanto el viejo régimen dictatorial (no cuestiono que ilegítimo al iniciar una guerra civil que evitó años antes el rey cuando abdicó) como la pretendida democracia actual, han caído en una palabrería barroca y vana, pero aquél, entre metáforas remanidas, se expresaba al menos con lógica heredada siglo tras siglo. Detenernos en falsear una historia que los profesionales ya han estudiado documentalmente sólo sirve para que los partidarios del otro bando se tomen la revancha: un ejemplo es lo ocurrido donde desean eliminar una avenida dedicada a La Pasionaria, vengándose de los que antes eliminaron calles dedicadas a los hombres del régimen que levantaron las viviendas sociales que a la República truncada no le dio tiempo de construir. Ya que estamos, eliminemos a los viejos espadones llamados Espartero, O’Donnell o Narváez que pueblan nuestros callejeros. No. Está claro que los esfuerzos ahora deben confluir en evitar la pérdida de derechos que se nos viene encima.

Lengua, historia y poderNaser Rodríguez GarcíaMálaga