Al menos existen dos Málagas, o mejor debería decir dos tipos de malagueños, los que viven en su barrio y sólo salen de él en dirección calle Larios en los eventos de la ciudad, ya sea Semana Santa, Feria o Navidad y tras los fastos vuelven en su once hacia a El Palo o en el diecinueve a su Carretera de Cádiz, y los que realmente tienen en mente a Málaga como una ciudad multiurbana que discurre entre Manilva y Nerja. Ayer, en Baboo, un oasis de placer culinario justo en el epicentro de ese cordón que es la Málaga con casi 160 kilómetros de oferta de ciudad, más allá de la manida plaza de la Constitución, estaba en medio de una gran oferta cosmopolita de un complejo que iba desde la buena cocina hasta una pista extra plana de Crown Green Bowls, que es un deporte parecido a la petanca que los extranjeros, fundamentalmente ingleses, se pirran por jugar en esta nuestra ciudad, perdón en nuestra provincia.

Por desgracia conozco a mucha gente que ha ido a Manhattan, París o incluso a los típicos y descafeinados destinos de luna de miel, con palmera y pulsera, a miles de kilómetros de aquí, y no han sido capaces de subir al Torrecilla o hacerse una foto desde Mijas, que sólo conocen por el letrero de la salida de la autovía camino del aeropuerto. Por muy global que sea hoy en día la economía y muy fácil que sea trabajar con uno en Australia si no conocemos nuestro alrededor, difícilmente podremos saber lo que pasa y lo que nos rodea, además a nuestros niños sólo conocerán lo que les enseñemos y la aceptación de la diversidad no se aprende de un día para otro.

Si queremos que ellos no se pasen su vida entre Ciudad Jardín y calle Larios, mirando los escaparates de las marcas de turno, llevémosles a ver ese maravilloso mundo que hay más allá del falso adoquín.