En los últimos meses hemos asistido a un pulso entre el Ministerio de Educación y la Consejería del mismo ramo en Andalucía. La crisis, los distintos procesos electorales, el pensamiento antagónico entre los dos grandes partidos sobre la educación suponen el caldo de cultivo perfecto para un pulso que ha mantenido en vilo a más de 33.000 opositores andaluces desde hace meses. Los plazos se han ido agotando por ambas partes, las declaraciones eran ambiguas y las dos partes sabían muy bien donde terminaría todo esto. La Consejería de Educación se rasga ahora las vestiduras por la impugnación por parte del Gobierno central de las oposiciones pero bien sabían que este hecho se produciría. Hubiera sido más sensato dejar las cosas claras desde un principio, pero pedir responsabilidad al PP y el PSOE con los miles de opositores que llevan meses preparándose es pedir demasiado. A ellos les da igual el esfuerzo y dedicación de los miles de personas que tienen como objetivo ser profesores. Guerra de partidos que se ha cobrado 33.000 víctimas, cientos de horas para nada, sueños incumplidos y un palo más a la educación en nuestro país.

Oposiciones en entredichoJosé GóngoraEl Burgo

Al contrario de lo que cree el vulgo, el poder fáctico lo tienen los poco o nada encumbrados. Los encumbrados tienen el dinero y las «ventajas» del protocolo ; mucho menos poder del que ellos creen. A la hora de la verdad, las decisiones las toman (o las dejan de tomar), los aparentemente humildes aunque con autoridad (los suboficiales, diría yo). Esas mismas personas son las que, aunque no lo parezca, mandan en nuestras vidas. Por ello, sería muy deseable que sus acciones u omisiones estuviesen informadas por un criterio humanitario y justo, aunque ello suponga contravenir, con carácter excepcional, las normas jurídicas. Es absurdo, por ejemplo, sancionar a un mendigo por comer en la calle, pues éste puede replicar que si no come en la calle, no come en ningún sitio. El derecho positivo debe estar supeditado a la ética; lo contrario puede degenerar en un cruel fariseísmo.

Autoridad y humanidadAntonio Romero OrtegaMálaga