De las tendencias más consistentes y acendradas que ha consolidado el PP en Málaga en los últimos 17 años de gobierno ha sido la progresiva «escaparatización» de Málaga, que en Chile llaman «vitrinear». Málaga es un escaparate de cine, de tecnología, de museos, de cruceros, de «smart city» y, a la vez, de anunciados proyectos que no siempre se ejecutan más que en la imaginación de una poderosa maquinaria al servicio del alcalde, siempre dispuesto a capitalizarla en la epidermis de una foto con quien haga el mecenazgo inverso que esta ciudad franquiciada ofrece a quien capitaliza lo que el Ayuntamiento ofrece a bajo coste.

Aquí la mayoría de las políticas son de vitrina. Es cuestión pues, de preocuparse, acerca de si ser «ciudad escaparate» es o no una ventaja, siquiera parcialmente, para ser competitivo en un mundo que prima el marketing y el branding de ciudades más que valores urbanos. El escaparatismo tiene tanto éxito, que la mayoría de las veces se ofrece el espacio para las marcas que sufragan el espacio público recién conquistado (Larios, Alcazabilla, Pza de la Merced) para mostrar sus productos, como antes lo hicieron con otros (Palacio de Ferias, Pza. de la Marina, o en menor medida, el Parque).

En el escenario mediático global, la imagen y los expositores son más importantes que los contenidos y, a veces, más trascendentes que los contenedores. Los usos urbanos reales se maquillan con los deseos sublimados por la inercia propagandística, pero junto a Málaga hay otras ciudades, con otros perfiles (fabriles, de talleres, logísticas, de estudios o artesanales), y como tales ociosas, artísticas, emprendedoras, cultas,... ricas o pobres, siempre apuntando a su ciudadanía más que a la imagen. Hay una parte proporcional de escaparate, en que la imagen se superpone a lo sustantivo en la carrera por competir frente a otras ciudades. Sin embargo, las ciudades en red, o las redes de ciudades, son las únicas que compiten por imagen de solidaridad y compromiso mutuos, ensanchando sus márgenes productivos de calidad de vida y de comunidad.

Cuando se plantean planes como la Manzana Verde en El Duende para 963 viviendas, mediante prácticas urbanas sostenibles y enmarcadas en redes como CAT-MED, las buenas intenciones se dan por supuestas y parece que estamos ante panaceas de regeneración urbana. Así que, para no quedarse sólo en la imagen hay que partir de unas premisas avanzadas y sostenibles (energía, ahorro de recursos, tecnología avanzada, bio-construcción) porque la imagen de modernidad urbanística no es suficiente: En tiempos de crisis, cuando todo el esfuerzo se disipa, - como en el proyecto de las tecno-casas, por burocracia o mala gestión -, lo que queda al desnudo es la exhibición política sin más. Si no hay integración de la ciudadanía en la estructura productiva, creativa y tecnológica, la vitrina queda vacía.

Cuando la administración se deja en manos de los escaparatistas del vídeo, políticos de la presentación audiovisual y la publicidad institucional, en el proceso, se olvidan las personas y sus barrios; al final se sostiene que la ciudad productiva y el empleo son cosa de otros. En el balance de los pros y los contras del escaparate, lo que no cabe hacer es ofrecer una ciudad vitrina sólo para consumo visual, externo o epidérmico, porque entonces se devalúan los beneficios inducidos a su población o se dividen las rentas de todo tipo que pueden obtenerse.

Lo malo es cuando, además de escaparatismo, se producen liquidaciones a costo por cese del negocio. Hoy tenemos tantos proyectos vacíos como vitrinas ociosas (o manzanas pochas), como el Museo Art Natura, los Cines Astoria-Victoria, los Baños del Carmen, las tecno-casas y los grandes solares del centro, (incluidos el Palacio del Marqués de la Sonora, el Colegio de San Agustín), los soterramientos y los bulevares (Renfe, Luis Pasteur, etc.) están en el escaparate de los litigios (con Adif, con la Junta, con la UMA): la ciudad se mueve a golpe de propaganda de proyectos sin hacer.

El escaparate productivo no está en los patrocinios de los exhibidores oficiales, las pasarelas rojas y el espacio público alquilado, sino dónde vive la gente, los barrios, la comunidad donde se crean empleo, formación y cultura. Por eso, cuando hay tanta manzana podrida, tirada o envenenada, -en vez de verde-, uno sospecha que hay que poner mucha gestión para que la Manzana Verde de El Duende, sea real y se actualice antes de caducar. Y ahí estamos expuestos, a la mera venta mediática del fashion de iniciativa pública; porque hacer escaparate de valores es hacer transparente la ciudad y eso es mucho más complicado, mucho menos festivo y mucho más justo.

No es de recibo, pues, que el alcalde sea el mayor escaparatista de productos caducados vendidos a toda costa, con efectos ópticos tridimensionales, sin garantía de ejecución alguna.

[Carlos Hernández Pezzi es arquitecto y portavoz adjunto Grupo Municipal Socialista]