La misma voluntad que anima el cine estaba presente en las pinturas rupestres con las que nuestros antecesores contaban historias de caza, y se transmitían vivencias. Con ellas, sus protagonistas se representaban a sí mismos ante los demás, mostrando formas particulares de comprender y vivir la realidad. El camino recorrido por la innata voluntad narrativa del hombre ha evolucionado en el tiempo, multiplicando sus vías de expresión: los gestos y la palabra se ayudaron y simultanearon con la pintura. Más tarde la narración se fijaría en la escritura y más aún se representaría en el teatro. El Teatro es la nueva presentación de un acontecimiento valioso que ya sucedió, pero que merece su recuerdo. Del teatro surgiría el cine como una nueva vía, no solo de narración, sino de creación de realidades.

La necesidad de representación ante los demás, de expresión de una identidad propia, trasciende al individuo para alcanzar a los colectivos que suponen las ciudades. El sociólogo Erving Goffman reflexionaba sobre las interpretaciones del individuo para situarse en el nivel de representación que se tiene o se pretende para sí mismo dentro del grupo al que pertenece; concluyendo que todos somos actores. En el caso de las ciudades, el talento interpretativo y la misión de mostrar el mejor perfil de una comunidad, recayó históricamente en la arquitectura que mostraba a otros sus logros, y actualmente en su capacidad de generar actividades de interés, cuanto mayor mejor.

Un año más, el Festival del Cine de Málaga representa a la ciudad con narraciones de sí misma; llenando sus espacios de actividades y arquitecturas efímeras. El director cinematográfico Carl T. Dreyer cuidaba mucho sus escenarios de rodaje, invirtiendo más de la mitad del tiempo que empleaba en sus películas. No obstante, a diferencia del Teatro, defendía que en el cine la realidad era preferible a los decorados. En Málaga sin duda es así; por eso cuesta comprender como a su paso por calle Alcazabilla los escenarios ocasionales ocultan el Palacio de la Aduana o el Teatro Romano, capaz por sí solo de enraizar el Festival de Cine en una voluntad narrativa milenaria y de representar mejor a Málaga como heredera de esa vocación.