Yo le estoy pagando, a través de la tarjeta de la Sanidad española (según se ha sincerado cierto consejero de salud en Castilla-La Mancha), a un rumano que no me ha sido presentado sus operaciones en un hospital de Transilvania, ese paraje encantador que no cae por Alicante. Por contra, no tengo ni para pagar a mi hijo autista profundo, en España, el necesario tratamiento personalizado que no le concede la Ley de Dependencia, y las medicinas que no le cubre la Seguridad Social. Me estoy puliendo mis impuestos en darle cobertura gratis total a ilegales que oficialmente no existen, y no me he reservado para mí ni el lujo de acudir una sola vez, en toda la vida, al médico del Seguro (no he ido a ninguna clase de médico desde que era niño). Decenas de millones de pesetas de mi esforzado expediente laboral no cubren a mi hijo porque han ido a parar a gente que no contribuye con nada en España, más que con su presencia, y en cualquier país desarrollado sería no atendida sino deportada. Creo que algo un poco raro está pasando aquí con el estado de bienestar.

Alguien dijo que los objetivos democráticos de la izquierda, la libertad y la justicia, se contraponían, porque la libertad es injusta por naturaleza. Pero es que ésa búsqueda a ultranza de la justicia social también es profundamente injusta, como estamos comprobando. Aquella definición del progre perfecto: «ama a la humanidad y detesta a los individuos concretos». Mi hijo retrasado, español de nacionalidad, que necesita del Sistema Público español, es un humano muy concreto perjudicado directamente por la filosofía del abstracto amor a la humanidad. Entre la humanidad del anuncio de la coca-cola y mi sangre, me quedo con mi sangre. Entre la gente que no tiene nada que ver con mi país pero se aprovecha de la barra libre que es mi país y la gente a la que (gracias a lo que he apoquinado en mi vida laboral para mantener toda esa fiesta) mi país debería atender al menos tan bien como a los aprovechados, yo quiero pagar de buena fe sólo a los segundos.

Si, a pesar de mis fatiguitas de muerte para sacar recursos económicos de donde sea, mañana me voy al paro o algo peor que el paro, que sería lo normal, ya no podré pasar pensión para mi hijo, y él no tendrá ni asistencias personalizadas, ni las necesarias medicinas, ni presente, ya que el futuro se le acabó hace ya mucho. Pero todo lo que he contribuido al Estado privándome de cosas esenciales como casa o coche se habrá ido por algún manadero de los Cárpatos, alguna estúpida utilización ideológica de la solidaridad planetaria o algún puente aéreo utilizado por ciertas «mafias jubiladas» de las ricas islas británicas. No, no es exagerado afirmar que algo raro está pasando aquí con el estado de bienestar.