D­­­onde está la moneda que Europa necesita?». Esta es tal vez la primera referencia a una moneda única europea de la historia. La pronunció el político alemán Gustav Stresemann en la Sociedad de Naciones, el 9 de septiembre de 1929. Seis semanas más tarde, el 25 de octubre de 1929, se derrumbó la Bolsa de Nueva York. Los estados reaccionaron a la crisis mediante la política de beggar thy neighbor, el proteccionismo para empobrecer al vecino: adoptaron medidas deflacionistas con el fin de aumentar la competitividad de sus exportaciones o introdujeron barreras arancelarias a los productos importados procedentes del extranjero. El resultado es de todos conocido: el Crack del 29, primero y la Gran Depresión después.

En contraste, la moneda que Europa necesita ha permitido que desde 1999 la inflación media en Europa haya estado siempre por debajo del 2%; el crecimiento del PIB per cápita haya alcanzado al de los EEUU; el comercio interior de la UE haya crecido un 50% y el exterior un 80%; y en este mismo periodo se han creado catorce millones de trabajos nuevos, seis millones más que en EEUU.

En el mundo actual, económicamente turbulento, la UE ha demostrado cómo se puede capear el temporal y apoyar a los Estados miembros de manera individual. Sin ese apoyo, muchos países con dificultades financieras serían infinitamente más vulnerables de lo que lo son ahora. Si se basa en unos fundamentos económicos sólidos, la UE puede aportar un paraguas protector para ayudar a las economías con problemas a capear las tormentas y planificar la modernización y reestructuración que sea necesaria para entrar en la senda del crecimiento y la creación de empleo.

Eso no quita que el euro tenga sus dificultades. El Pacto de Estabilidad y Crecimiento que debía garantizar la disciplina fiscal y económica entre los estados miembros ha resultado ser demasiado débil. La actual crisis nos lo ha mostrado amargamente. Pero la solución no es eliminar el euro sino reforzarlo. La Comisión ha aprobado un paquete de medidas que persigue la prevención de insostenibilidad de las finanzas públicas, con un control presupuestario reforzado, la corrección de exceso de las finanzas públicas para evitar déficits y deudas excesivas, la identificación de los desequilibrios macroeconómicos y un sistema para detectar nuevas crisis antes de que se produzcan.

Stresemann tenía razón. La política de «cada uno por sí mismo», no soluciona las crisis, si no que las agrava. Por el contrario la moneda que Europa necesita, ese euro que tanto se critica actualmente, nos ha permitido progresar durante la última década y ha amortiguado el duro golpe de la crisis. Las reformas emprendidas por la Comisión suponen una puesta al día de nuestra moneda única, para que pueda hacer frente a los retos impuestos por la actual desconfianza de los mercados. Sólo un euro más fuerte, una Unión Monetaria más disciplinada y una coordinación más estrecha nos llevarán a la salida de la crisis. Estamos todos en el mismo bote: o remamos juntos o nos hundiremos por separado.