Será interesante contemplar el viraje de los gobiernos europeos hacia el crecimiento, después de tres años perdidos con la doctrina sacrificial. Todavía más interesante parece la fórmula de conciliar ambos vectores, que es lo que predican los gurús de la economía desde que arrancó la gran carrera hacia el abismo. Por desgracia, no son ellos los que han obligado a la jefa Merkel a doblar el espinazo, temerosa de una somanta electoral como la que encaja su edecán francés, o presionada por unas exportaciones sin clientes en el páramo europeo. Si empieza a abdicar del dogma excluyente de contener el déficit es porque ha pinchado y está hecho un guiñapo. Sus aliados holandeses intentaron mandar al diablo los recortes presupuestarios, el ex-presidente islandés eludió la cárcel por los pelos, el rescate griego se multiplica indefinidamente, Gran Bretaña entra en recesión, los ministros italianos se rebelan contra la purga Monti, el ex–presidente europeo Prodi advierte que «así, no», Draghi pretende cerrar la caja del Banco Central, las agencias de «rating» no cejan en sus rebajas ya ridículas, el infeccioso paro español sigue creciendo mientras que, hilo a hilo, tejen las parcas la urdimbre de una reacción continental que puede ser revolucionaria. Menudean las voces que discuten a Keynes y al «new deal» de Roosevelt el mérito de superar la gran depresión USA, y lo atribuyen a la segunda guerra mundial. Las analogías ganan peso cada día, y, siendo Alemania la que marca el paso, pierde valor el voluntarismo de eximir a Europa de un desenlace tan siniestro.

Probablemente haya sido el gobierno español el más ortodoxo en cumplir las consignas del sacrificio. Dado el desastre, la intención no es condenable sino insuficiente. Lo será si no vira del error cuando todavía puede hacerlo. El último consejo de ministros ha metido mano al IVA y el IRPF, que no es sino un incumplimiento más entre los muchos que planean hasta el verano. A ver hasta dónde llegan las hogueras del solsticio...

Los gobiernos del euro exhiben su incompetencia hasta extremos insoportables. Con esa mediocridad, que es reflejo de la de Merkel y Sarkozy, se están cargando la unidad y la moneda en lugar de salvarlas. No es de ellos de quienes podemos esperar la solución del vuelta y vira –ahorrar y crecer a la vez– sino de que escuchen sin soberbia a los verdaderos analistas y dimitan de imponer recetas destructivas. Ellos pretenden saber lo que hay que hacer, pero no saben hacerlo. Parece vital que expulsen de su vocabulario la palabra «imposible» y admitan que nada lo es para la imaginación y la inteligencia humana, a condición de que no la mediaticen con los débitos electorales, los compromisos, claudicaciones y presiones de los oligarcas que se forran hurgando en la miseria. Ahora mismo, intentan endilgar a las autonomías la culpa original de la crisis. Pero este chivo expiatorio también es oportunista. El colmo de la indignidad, lo último que nos faltaría ver, es que mangoneen nuestro modelo de estado y nuestra Constitución. Eso no lo consienten ni los intervenidos o falsamente «rescatados». Están jugando con fuego.