Víctor Márquez Pailos ha sido hasta hace poco prior de la Abadía Benedictina de Santo Domingo de Silos, Burgos, y, además de ser monje desde hace más de veinte años, es licenciado en Filología Clásica, en Estudios Eclesiásticos y en Filosofía. Su austera celda está presidida por una cruz de palo a cuyos pies hay una foto de la filósofa malagueña María Zambrano, a la que cita con frecuencia a lo largo de unos encuentros mantenidos con el periodista Jesús Fonseca que han sido publicados por la editorial Kailas con el título «Conversaciones en Silos».

Lo que más llama la atención de Víctor Márquez Pailos es su capacidad para hablar de todo (la vida claustral, el mundo, la sexualidad, Dios, la amistad, la muerte) sin que nunca parezca que lo está haciendo al dictado de un poder superior o externo a él. Habla, en efecto, desde el corazón, con el corazón en la mano, convirtiéndolo todo en corazón. Un hablar sin rotundidades porque ha elegido confiarse a la fragilidad, a la vulnerabilidad y a la herida como maestras antes que a la prepotencia, al dogmatismo o al cruel bisturí de la lógica cerrada. Por eso se acuerda de María Zambrano, que liberó a la razón de su arrogancia secular para dejarla en manos de la poesía, que es un saber que no sabe (un saber inocente, un saber incluso analfabeto). Y por eso tanto él como ese magnífico guía que es Jesús Fonseca, que más que hacerle preguntas le va leyendo en voz alta un mapa del cielo para que su interlocutor lo vaya comentando, citan con pasión a muchos poetas: Machado, Cernuda, Juan de la Cruz, Valente, Gonzalo Rojas, Hugo Mújica, Colinas, Rimbaud, etc.

Víctor Márquez Pailos aboga por el diálogo, que no es contender con él otro para ver quién prevalece sino en quedar expuesto al otro, en ofrecerse a la verdad del otro sin trampas para comprobar en qué medida puede fecundarle a uno (y para dejarle hacer eso). Y ello incluso si ese otro defiende verdades aparentemente opuestas a las nuestras como podrían ser en su caso, un católico que además es miembro de una orden religiosa, el ateismo, la homosexualidad o el anglicanismo. Las verdades del otro no nos niegan sino que nos ensanchan porque el otro comparte con nosotros lo esencial desde el punto de vista antropológico: ambos somos personas a las que sus determinaciones (sexo, raza, religión, creencias, costumbres) no determinan o no deben hacerlo. Ser persona está por encima, y no por debajo, de ser católico o ateo, por poner un ejemplo, porque, en última instancia, ser católico es sinónimo de ser ateo, una conclusión frágil (una certeza vulnerable) que solo apreciará en su justa medida, en su justa dimensión, aquel que no viva prisionero de una idea impuesta por una institución (Iglesia, Filosofía, Teología, Historia) y, por eso mismo, se atreva a experimentar en carne propia la desnudez y a la intemperie del pensamiento. Esa desnudez y esa intemperie es lo que señalaba María Zambrano con el dedo tembloroso de su método, ese claro del bosque donde la luz, a salvo de la ferocidad de los iluminados, se abraza con su sombra y descansa de sí misma.

Víctor Márquez Pailos vive el mundo desde fuera del mundo, desde su enclaustramiento burgalés, mucho mejor que la mayoría de los que no hemos renunciado al mundo. Es lo que transmiten sus palabras, que laten y hacen latir como corazones a punto de echar a volar.