La calle es para el periodista su lugar preferido de trabajo. En la calle ocurren casi todas las cosas. Las noticias con interés humano, con sangre, con drama, con pasión, casi todas ellas suceden en los ríos de la vida que son las calles, los paseos, las avenidas, las carreteras, al margen, claro, de las grandes noticias de delitos económicos, o al margen también de las conspiraciones para transformar democracia en componenda, que esas tienen lugar a puerta cerrada en lujosos despachos con alfombras persas, ujieres uniformados y tresillos Chester.

Pero, por una vez, los periodistas no vamos a estar en la calle a la caza de la noticia, el reportaje, la crónica, el suceso, Ni siquiera vamos a encuestar a la opinión pública en torno a los siniestros pasillos del poder supremo, donde se deciden las ejecuciones sumarias de los derechos sociales. Por una vez, los periodistas vamos a coincidir en la calle para elevar nuestra voz de protesta, para decirle a toda la sociedad que las cosas deben cambiar para que la democracia no cambie.

El 3 de mayo, Día Mundial de la Libertad de Prensa, ha sido el elegido por las asociaciones de la prensa españolas para llevar a cabo una concentración pública. Ese día en casi todo el país –en Málaga se adelanta al 2– los periodistas queremos manifestarnos para llamar la atención de la sociedad, pero sobre todo para mandar un recado a quienes muestran su desprecio absoluto por la labor crítica e informativa de la Prensa. Vamos a decirles que dejen de practicar el penoso juego de transmitir mensajes masticados y libres de preguntas. Vamos a advertirles de que los periodistas no somos los tontos útiles del sistema o los meros intermediarios de una política oscura.

Me gusta el lema para esta concentración, adoptado por los compañeros de toda España. Es tan definitorio como una regla de oro que no tendría por qué cuestionarse. Dice así:

«Sin periodistas no hay periodismo. Sin periodismo no hay democracia».

En efecto, sólo con una prensa libre, con un periodismo digno, sin ataduras, puede un sistema participativo evolucionar constantemente y depurarse a sí mismo. La historia de la comunicación nos lo recuerda permanentemente. Es necesaria la dignidad como garantía plena del sano ejercicio del periodismo.

Son muchas las razones por las que la profesión toma la decisión de convertirse en protagonista de una noticia. No es solo que padezcamos

–como la padecen casi todas las profesiones, casi todos los ciudadanos– la recesión económica, que más que crisis se asemeja a un asesinato del estado del bienestar para ser sustituido por el estado de los privilegios. No se trata, tampoco, de que el avance y abaratamiento de las nuevas tecnologías arrinconen a los costosos medios tradicionales. Que sí, que eso ocurre, y que todas las revoluciones se llevan por delante los procedimientos arcaicos. Que sí, que también los periodistas tenemos culpa de que haya bajado la calidad y no seamos capaces de reavivar los contenidos, fórmula consistente en volver a contar bien las buenas historias, expresar opiniones serenas y elaborar productos informativos creíbles. Pero es que hay algo más. Hay un deseo oculto de minimizar la labor periodística, de acallar su voz, de silenciar sus denuncias.

Los valores se subvierten. Antes se hablaba del negocio legítimo de la Prensa. Hoy solo se habla del dinero del negocio, del sacrificio de todo lo sacrificable para que la rentabilidad se mantenga al precio que sea. Despidos a mansalva, cierres de medios, proliferación de empresarios indecentes que se aprovechan para mandar al paro a auténticos periodistas y si acaso contratar a precio de saldo, o incluso gratis, a diletantes e indocumentados. Quizá la anestesia del goteo de desgracias que nos filtran desde arriba nos impide apercibirnos del daño mayor que planea sobre nuestras cabezas. Dos intereses bastardos parecen confluir en la marea negra de la crisis: uno, que ya empieza a manifestarse en toda su dramática realidad, es el de sustituir el modelo social que nos ha hecho progresar durante tres décadas por uno nuevo, ultra neoliberal y frío como un témpano. El otro deseo confluyente es amordazar a los periodistas porque ellos son los defensores de la democracia.

Por eso, y muchas razones más, los periodistas saldremos a la calle. No a buscar la noticia de cada día, sino a dar fe de la gran amenaza que se cierne sobre la libertad de expresión.