Asistí la semana pasada a una mesa redonda moderada por Rogelio López Cuenca, en la que Gaby Beneroso, Domi del Postigo y Pablo Aranda charlaron entre sí y con el público sobre las posibilidades de la cultura en Málaga más allá del buque insignia Picasso. Este último sábado se celebró la Noche en Blanco, día señaladito para que la ciudadanía descubra lo que tiene en su ciudad y así se formen largas colas frente al CAC, por ejemplo, ámbito gratuito que se puede visitar todos los días. Un buen número de familias aprovechan esas horas para pasear cuatro museos, tres salas, un taller de artista, la Alcazaba que parce que se ha descubierto ahora, dos recitales literarios, cuatro tapas, dos cervezas, tres Mirindas, un pincho de tortilla y hasta el año que viene. Fue Jovellanos quien insistió en que al pueblo había que dejarlo tranquilo con sus diversiones y si esa noche significa una excusa para salir del barrio o del pueblo y darse un garbeo por el centro y llevarse en la retina un par de impresiones satisfactorias, pues facilitemos que el visitante lo pase bien y esa noche con una mínima excusa, se llenen los bares del centro y los malagueños descubran una ciudad como en feria pero con menos vomitonas por las esquinas. Sin embargo, la concejalía de cultura de Málaga no llegó a Jovellanos y se quedó en el Lope de Vega de puesto que paga el vulgo, es justo hablarle en necio para darle gusto, y uno se entera de que en Málaga cultura rima con censura y que las obras de arte necesitan el Nihil Obstat de unos enteraos, más que entendidos, y encima cuestionables. Les cuento. La Facultad de Bellas Artes seleccionó dos trabajos de sus alumnos para que participasen en la muestra artística. Una de las obras tenía un sesgo social en línea con los movimientos ciudadanos actuales y, mediante la imitación de la cartelería de propaganda electoral, revela el escepticismo ante los poderes públicos. Art engagé, hubiera dicho Sartre. La obra se adecuaba a un espacio donde se pudiera pegar a modo de propaganda. La Facultad de Bellas Artes, que de esto sabe más que cualquier concejal de cultura, juzgó que los tablones putrefactos que cierran las entradas del abandonado cine Albéniz, llenos de publicidad, serían un buen sitio. La concejalía denegó con la excusa burda del espacio expositivo y la Facultad de Bellas Artes se auto-desterró por dignidad de los eventos artísticos englobados en esa noche.

Si este hecho se mira desde un enfoque teatral de happening o de teatro guerrilla de aquellos años setenta, la concejalía de cultura ha cumplido su papel frente a una obra que ha considerado subversiva para que se muestre durante una noche organizada por un Ayuntamiento de derechas y que debe velar porque el ciudadano sólo beba del catecismo ideológico camuflado entre acto y acto. Una exposición de lienzos con tema marino, clavellinas y escenas costumbristas. Fotografía abstracta ante la que el concejal se quede con la mano en la barbilla, el brazo bajo la axila y el cuello como con muelle de perrito plástico para el coche. Cosas así. Consideren el interés internacional que despertó aquella hilera de pececitos recortados en cartulina sobre el suelo de calle Larios. La concejalía de cultura ha cumplido su personaje en esta actuación oculta para la ciudadanía pero con un excesivo deje a lo Goebbles en su interpretación. El paseante se pregunta si Picasso habría podido exponer en Málaga. Dos señoras muy mayores salían del Museo Picasso, cuando los primeros meses de su apertura, y una dijo a la otra: «Mari, nosotras no nos enteramos, pero lo que hay aquí es muy bonito». Lo narro con todo cariño. Cuando un político no hace caso a la Universidad, malo. De Picasso hablan bien porque viene de Francia; con los cuadros de la baronesa se extasían porque se hallan frente a un costumbrismo decimonónico que creen que entienden porque son capaces de señalar lo que ven. Pero el arte evoluciona por distintos caminos tal como hizo Picaso hace un siglo y el concejal de cultura parece que necesita algún francés que le diga que lo que tiene delante está muy bien aunque él no se entere y así conceda al pueblo malagueño el disfrute o el rechazo de una determinada obra. Despotismo a-ilustrado.