Hace ya casi año y medio me referí, en esta misma columna, a un hecho que, desde el punto de vista empresarial, pero también ciudadano, llamó entonces poderosamente mi atención. Se trataba del temario de una asignatura de la ESO, Educación para la Ciudadanía, y de sus contenidos, que en algunos casos resultan de lo más sorprendentes.

Pues bien, una vez que Educación para la Ciudadanía vuelve a ser actualidad –desde que la pasada semana el ministro de Educación, José Ignacio Wert, mantuvo un encuentro con los responsables de las comunidades autónomas para analizar las nuevas medidas contempladas en el borrador de Real Decreto que pretende modificar los contenidos de dicha materia–, me pregunto si esta vez se tendrán en cuenta algunas de sus llamativas lecciones, que deberían ser revisadas a la luz de nuestra realidad y de nuestro contexto vital y social.

Porque, para que se hagan una idea, los textos escolares a que me refiero incluyen pasajes como los que siguen: «D. Ramón era un empresario que intoxicó desde los ríos hasta la atmósfera y no le causaba la menor preocupación» (Editorial Oxford Educación). «La dependencia de los obreros frente a los capitalistas debilitaría sus posibilidades de realización profesional y personal, promoviendo su alienación y embrutecimiento» (Editorial Almadraba). «El neoliberalismo económico es una teoría funesta para las economías débiles: para los obreros en general y en especial, para los más pobres», «(€) el neoliberalismo perjudica a todos los trabajadores, pero sobre todo a las mujeres trabajadoras, porque son el grupo laboral más débil, el que tiene una sindicación más baja, el más dócil y, con mucha frecuencia, el más necesitado de ingresos» (Editorial McGraw-Hill).

Y la solución final que plantean es para enmarcar: «(€) Para evitar esta situación se necesita que los obreros adquieran conciencia de clase y se organicen revolucionariamente, es decir, que comprendan que sólo recuperarán su dignidad como hombres y como trabajadores cuando acaben con el capitalismo como estructura social opresora€» (Editorial Almadraba).

Esta falacia doctrinal, que aún nos recuerda la extinta Formación del Espíritu Nacional (FEN), (de la que sólo recibí por fortuna un año de clase en los setenta), ha estado contaminando a nuestros hijos en los últimos tiempos. Niños de la ESO, que a partir de los 12 años en adelante han visto parte del mundo según los ojos de estos nostálgicos del más rancio marxismo decimonónico. Sí, ese que huele a alcanfor y que sólo defienden países libres como Cuba, Corea del Norte, Vietnam y por supuesto la «liberal capital-comunista» China. En estos casos, «los medios de producción están en manos del Estado» y por supuesto, el control de la vida de los ciudadanos. Sin problemas. De eso no se dice nada en los textos escolares.

Parecería, si damos crédito a esta asignatura, que resta aún mucho camino que recorrer para olvidar la lucha de clases, la confrontación patrono-trabajador, la caspa enconada en mentes reaccionarias que sólo miran el pasado con rencor, repitiendo los mismos errores que cometieron los que ellos critican.

Urge por tanto, una reforma del contenido de la asignatura, y en esta labor esperemos que al ministro de Educación no le tiemble el pulso. Porque este borrador de Real Decreto, y los anteriores, ponen de manifiesto una vez más cierto afán de querer regularlo todo, como si la misión del Estado fuera legislar hasta el último rincón de la última asignatura. Sin embargo, de forma preocupante, en una etapa en la que por fin se vislumbra la importancia de los empresarios, de los emprendedores y de las empresas para el desarrollo social, no se dice nada acerca de cambiar la deformada imagen que arrastran estas figuras, o al menos eso parece.