En el café de Chinitas dijo Paquiro a su hermano: «Soy más valiente que tú, más torero y más gitano»… Cuando Lorca lo escribió se refería a Málaga, claro. Y cuando María Gámez ponía voz esta semana a la reivindicación desde la oposición municipal de recuperar aquel viejo café cantante Chinitas -no confundir con el actual restaurante malagueño del mismo nombre ni con el de Madrid-, sabía bien qué estaba pidiendo. Cuando las crisis aprietan no es frívolo proponer dónde podrían ir las inversiones, acertar en las ideas, abundar en los atractivos de una ciudad tan olvidadiza de sí como Málaga que podrían funcionar como reclamo turístico y huella local...

Café cantante

No sólo Lorca, también Dalí, la Argentinita, Aleixandre, y muchos más nombres que hicieron latir los años 20 y 30 del siglo pasado como en pocos lugares del mundo latió la cultura así, pasaron por él. El Café de Chinitas fue el más famoso «café cantante» de España. Hizo verdad el calificativo de «Málaga cantaora» que dedicó Machado en aquellos versos andaluces a Málaga. Allí se crearon por Málaga palos antiguos del flamenco y se interpretaron coplas que, como películas chiquitas proyectadas en el humo abandolao del local, fueron la banda sonora de la España que imaginaban quienes las escuchaban. El tópico más culto o la cultura más tópica, tanto da. Se inauguró en 1857 y cerró definitivamente en la tristeza trágica de 1937, con una Málaga abandonada por unos y bombardeada por los otros. Al menos el lugar donde estuvo ubicado ha conservado su nombre. En los años 80 se colocaron unos azulejillos rememorando los versos lorquianos en recuerdo del establecimiento.

Amores oscuros

La importancia del Café de Chinitas la recordaba el escritor gaditano Manuel Francisco Reina en la presentación de su novela Los amores oscuros, el jueves en la librería Luces de Málaga. La novela encierra una investigación minuciosa con la que se pretende explicar a quién iban dedicados los Sonetos del amor oscuro, los últimos que escribió aquel Federico enamorado de un muchacho llamado Juan Ramírez de Lucas, quien murió en 2010 sin llevarse el secreto de los últimos dos años vividos con el universal granadino, 1935, 1936... La novela nos devuelve, quizá por primera vez, de forma literariamente valiente para algunos y arriesgada para otros, un Federico vivísimo, que bromea, camina, cena con amigos fascinantes que se clavaron en la historia con mayúscula, ríe y sufre por un amor de verdad, que le llegó tras su último desengaño. Hipnotiza leer las páginas que nos transportan al estreno de Yerma en el teatro Español de Madrid, gobernando aún la CEDA, increpado por falangistas en el patio de butacas por «maricón» y defendido por otro falangista, su amigo Romero Murube, secretario de José Antonio -que también le respetó mientras vivió-, hasta que la actriz catalana Margarita Xirgu se impuso en el escenario transfigurada como la Yerma más andaluza…

Buena idea

El concejal de Cultura de Málaga, Damián Caneda, acierta a veces y otras no tanto, y tachar de frívola la idea de recuperar de alguna manera el Café de Chinitas no ha sido un acierto. Aunque hay que reconocerle a Caneda que desde que llegó al Ayuntamiento se moja y planta cara a los asuntos en medio de lo políticamente correcto, que a veces es marear la perdiz y no hacer nada, o desnortarse faltos de ideas como en el absurdo y costosísimo asunto de Art Natura y la oportunidad perdida de convertir Tabacalera en otra cosa más cercana a lo que era, sin perder sus espacios y jardines hoy convertidos en edificios de viviendas sin valor añadido para la zona. Lo del Chinitas es una buena idea. Y como Picasso también pasó por allí, pues ya tenemos el sagrado enlace turístico cultural que parece obligado en la Málaga moderna.

¡Aire!

En ese marasmo y desnorte se enmarca el también costoso edificio que albergaba los desaparecidos cines Astoria y Victoria. Y ahí, en contra de lo que ha dicho desdiciendo a su concejal el alcalde, yo sí estoy de acuerdo con Caneda, curiosamente. Al suelo con él. Fuera el edificio. Al final costará más dinero rehabilitarlo que los 20 millones que ya nos ha costado. Y para qué. ¿Para convertirlo en museo de la biznaga tecnológica? O de las versiones de la sábana santa que tenían polen de las gramíneas malagueñas en su tejido, o de la videocreación que sucede al viejo proyector que funcionó durante décadas en los cines, o del último pintor cofrade o no. Aire a esa plaza. Árboles que continúen la plaza que ya hay y den esa sombra tan necesaria con la que tanto se pelea el diseño sin necesidad, como si la sombra no fuera moderna y los árboles eternos. Con bancos como butacas de cine, si quieren, para recordar lo que hubo allí, y un soporte de bronce por el que corra el aire como una pantalla antigua, al que se podría ajustar una pantalla enrollable cada verano y proyectar en él al aire libre viejas películas mudas al caer la noche… qué sé yo. Aire a esa plaza y la increíble sensación de que algo se decide en Málaga.

Metro, ya

Una ciudad que tarda en dar la talla cuando hace falta. La da, la da, pero tarda, y muchas veces ya es tarde. Por eso ahora habría que exigir con urgencia que el metro no se pare en el Perchel, que llegue al Guadalmedina, para rentabilizar parte de lo invertido, precisamente ahora que no hay dinero. Luego será tarde… Porque hoy ya es sábado.