El premio Manuel Alcántara de Poesía, el mejor dotado de España (6.000 euros por un poema), ha recaído este año en Juan Vicente Piqueras, un escritor como un pan, un escritor herido de bondades infinitas, un escritor enredadera en las paredes de la gramática y de la vida. Un gran acierto este premio, que esta vez se ha fijado en un poeta que ha hecho las paces con el vértigo, ese animal salvaje que devora tantas carreras literarias, porque éste no se ha atrevido a seguirle al extranjero, que es a donde se marchó Juan Vicente Piqueras desde que supo que el extranjero existía (y desde que supo que él solo sería él allí, en ese extranjero donde las palomas y los vasos de agua se dicen de otra manera y son otra cosa). Porque él es un poeta con alma en medio de tantos otros desalmados que usan sus versos no para construir escaleras hacia lo alto (y hacia lo Alto) sino para cavar la tumba de sus pretendidos adversarios, una tumba, por cierto, que acaba siendo, algo que advierten demasiado tarde, su propia tumba.

Juan Vicente Piqueras ha ido anotando libro a libro los sueños de las palmeras, de las heridas, de los adverbios, de los mendigos de los fugitivos, de su aldea natal: los sueños que sueña el alma (y el Alma) para así poder tener una historia que contarse y no sentirse tan sola y tan inútil. Un poeta con alma también quiere decir: que en cada palabra se ha jugado la existencia, que en cada poema se ha puesto entero, que en cada imagen se ha gastado todos sus ahorros.

No conozco este poema por el que a Juan Vicente Piqueras le han concecido el Premio Manuel Alcántara, pero sí todos los demás que ha ido publicando a lo largo de los años porque es uno de mis autores íntimos, uno de los pocos escritores a los que consulto lo que apenas me atrevo a preguntarme a mí mismo. Es una especie de guía para mí, alguien que sabe mejor que yo y antes que yo qué huellas debo calzarme para ese camino determinado, qué peligros me acechan cuando voy a dar la vuelta a aquella esquina (y es que hay esquinas tras las cuales se abren abismos o paraísos y uno tiene que estar siempre preparado para afrontarlas con dignidad), dónde está la ventanilla de reclamaciones exacta para ese asunto concreto, a cuánto se cotiza la duda y la inseguridad en el mercado de los sentimientos.

Juan Vicente Piqueras es un poeta absoluto, universal, redondo: un poeta cuyos poemas sonríen mucho para que uno se sonría mucho a sí mismo, un escritor muy hondo que no se va por las ramas, un sabio que maneja la claridad sin enturbiarla, un filósofo de las inexactitudes precisas y de las precisiones inexactas, una persona de pies a cabeza y al revés. Por eso no me extraña que le hayan dado este premio tan prestigioso (y con jurados tan prestigiosos y sensibles), por eso no me extrañaría que a partir de ahora (y antes de ahora por decreto retrospectivo) le dieran todos los premios, uno detrás de otro, los premios en fila como novias o novios esperando ser aceptados por él. Ojalá, además, y gracias al minuto de fama que este premio le dé, muchas personas se acerquen a sus libros, que son accesibles y maravillosos y rebosantes de esas luces que ahora, sobre todo ahora, tanto necesitamos todos.