Si repasamos algunos de los textos de Geografía que circulan todavía por las aulas de nuestro país, podremos encontrar fácilmente la siguiente clasificación de los países del mundo en función de su desarrollo económico: países desarrollados, países del tercer mundo o subdesarrollados y países en vías de desarrollo. A partir de la Conferencia de Bandung (Indonesia, 1955), el movimiento de países asiáticos y africanos que acababan de acceder a la independencia promovió la cooperación económica y cultural de estos países frente al colonialismo y neocolonialismo de las antiguas metrópolis (Gran Bretaña, Francia, Portugal, Holanda, etc.) y de Estados Unidos.

El objetivo era bien claro, buscar vías al desarrollo de manera autónoma, alejados de toda dependencia económica de los países desarrollados. Todos coincidían en afirmar que, saliendo del subdesarrollo, se alcanzarían mayores cotas de independencia y de progreso social y político, y se experimentaría el crecimiento deseado de sus economías. Durante muchos años hemos vivido con la idea preconcebida que de que la historia era lineal y progresiva, es decir que paulatinamente aquellos países del Tercer Mundo se convertirían con el tiempo en países en vías de desarrollo y finalmente en países desarrollados. Los conflictos localizados en muchos de esos territorios no impedían que siguiéramos teniendo esa idea, a pesar del ejemplo que suponían las desastrosas consecuencias que las dos guerras mundiales habían tenido sobre las economías de los países que las habían sufrido.

Nadie nos había contado con claridad que los daños sufridos por aquellas guerras suponían un importante paso atrás en el desarrollo de esos países, y que hubo que hacer un esfuerzo titánico para salir de la crisis de las respectivas postguerras. Los análisis que se hacían, obviamente eurocéntricos y occidentales, nos mostraban la eficacia de un sistema económico, el capitalista, que había sacado de la crisis postbélica a los países europeos, y que nos abría el camino hacia la sociedad del bienestar y de un modelo de desarrollo ya sin marcha atrás. Pero la historia no es lineal y está llena de avances y de retrocesos, de épocas de prosperidad y de crisis, que no son necesariamente cíclicas, pero que el ejercicio injusto del poder y una organización social y económica desigual provocan. Y he aquí que algunos de aquellos países que antes fueron subdesarrollados o estuvieron condenados durante mucho tiempo a la dependencia económica ahora no sufren la misma crisis que nosotros padecemos y emergen como nuevas potencias (Brasil, China, Corea del Sur, etc.), mientras que Europa asiste a su deterioro económico, al menos en su flanco sur.

Si echamos una mirada rápida a la situación de Europa en la actual crisis podremos comprobar la existencia de un panorama ciertamente desigual e injusto, que afecta especialmente a los países mediterráneos (Grecia, Portugal, Italia, España) y a Irlanda. Los PIGS, siglas con las que la prensa británica comenzó denominando al conjunto de países formado por el grupo de países del sur de la Unión Europea, cuyas economías están siendo desmontadas por un sistema económico y financiero que controla Alemania, y del que ha sido cómplice la Francia de Sarkozy, son hoy países realmente en vías de subdesarrollo, una nueva categoría que los libros de texto deberían incorporar en sus nuevas ediciones. Países, en suma, que por efecto de un sistema claramente dependiente están viendo desaparecer los logros económicos y los avances sociales experimentados en los años anteriores, aumentando sus niveles de pobreza y disminuyendo la protección social de sus habitantes, fruto a mi entender de una contraofensiva neoliberal que pretende la reconstrucción de una Unión Europea con un norte y un sur claramente diferenciados, uno industrial y productor de bienes y servicios, poseedora de una clase dirigente financiera y empresarial, frente a un sur proveedor de mano de obra, empobrecido y dedicado solo al sector terciario.

Explica el economista egipcio Samir Amin que detrás de la globalización se halla encubierta una ofensiva del gran capitalismo para disminuir o acabar con las conquistas sociales, económicas, culturales, y de derechos humanos, que se habían alcanzado históricamente, aprovechando la nueva correlación de fuerzas surgida tras la desaparición de los bloques a finales del siglo XX. Este cambio de estrategia del capitalismo financiero internacional, con la connivencia de una clase dirigente incapaz de defender una Unión Europea más social, puede dar al traste con todos esos avances, y lo que es peor convencernos incluso de su necesidad.

Juan Antonio García Galindo es catedrático de Periodismo de la Universidad de Málaga