Tengo una explicación de porqué Rajoy no da explicaciones. Las dan por él sus periodistas de cabecera. También sus medios afines y sectarios que hacen portadas estrambóticas para justificar o para ocultar la dolorosa realidad. Considero que, pese a estar ejercida por periodistas profesionales, esa práctica no tiene nada que ver con el auténtico periodismo, ya que es adulterante, falsa y contraria a cualquier ética. Especialistas en el ya cansino y viejo pretexto de la herencia, los practicantes de esta forma de prensa tendenciosa, que no de tendencias, hacen un flaco favor a una institución y una profesión ya de por sí bastante deterioradas.

La situación por la que pasamos en España es tan grave y, al mismo tiempo tan rara, que estamos llegando a límites jamás imaginados. ¿Cómo de desesperado tiene que sentirse un ministro de Asuntos Exteriores para vincular la pitada al himno nacional, en la final futbolística de Copa, con la subida de la prima de riesgo de los mercados? Pues, por muy extraño que parezca, algunos medios de comunicación dieron por buena tal salida de tono gubernamental.

Siempre ha habido prensa de derechas y prensa de izquierdas, periodistas derechoides y periodistas zocatos. Los profesionales sabemos bien que la línea ideológica de los periódicos no ha radicado únicamente en los editoriales, como parecería lo lógico –separación de opinión e información– sino en la titulación, en la ubicación de las noticias, en el alarde o discreción de la tipografía. Sin embargo, nunca como ahora ha existido un nivel mayor de radicalismo rayano en la infamia, la mentira y la desnaturalización de los meros datos. Habría que hurgar en las hemerotecas y comparar el panorama de confrontación durante la Guerra Civil y sus años precedentes para encontrar algo similar.

El partidismo visceral de determinados medios los lleva a la elaboración de portadas no ya demagógicas sino incluso dogmáticas y perversas. Convierten la información en desinformación. Utilizan las noticias como bombas contra el enemigo. Inflaman aún más el ambiente crispado y ponen dianas en el pecho de las personas a las que señalan como culpables. ¿Se puede llamar Periodismo a semejante práctica? Está claro que, como sucede en otros ámbitos de la rareza o incluso la crueldad, nada de esto sería posible si no hubiera gente que lo recibe de buen grado. Hay lectores, telespectadores y radioyentes, al parecer no pocos, que necesitan de la ración diaria de ideología extrema para seguir viviendo. Y como no leen ni ven ni oyen otra cosa que aquella en la que creen a ciegas, se convierten en una especie de guardia nacional beligerante e intolerante sobre la que se soporta una determinada forma de hacer política. Al frente de estas masas de fieles devotos ofician los oficiosos periodistas alineados sin pudor en la negación de los hechos.

Vivimos uno de los momentos más críticos, desde el punto de vista económico y social, por los que ha pasado nuestro país desde que empezamos la nueva democracia. El número de millones de parados no desciende. Al contrario, se eleva. La ruina de las instituciones financieras nos deprime aún más. Estamos con el agua al cuello, asustados, temerosos, porque sólo nos dicen que cada vez estamos peor. Qué menos, en estas circunstancias, que la Prensa nos ofreciera claridad, pero no en lenguaje críptico sólo para iniciados en el argot de la economía sino en cristiano, sin añadidos, sin mentiras, sin defensas ni ataques apasionados. Un periodista que se precie, por mucho que lo obligue su empresa o su propia ideología, no puede justificar que el jefe de todos los jueces se aferre al sillón tras protagonizar un escándalo social en momentos de máxima austeridad.

Esos extraños viajes al lujo de Puerto Banús financiados por el erario público debieran aclararse, nunca defenderse. Cada periodista tiene sus ideas, su pensamiento político. Humano y lógico. Incluso creo que, por la proximidad laboral con la clase política, parece normal que el periodista se impregne de ideología en mayor medida que lo pudieran hacer otros profesionales. Pero esa circunstancia, lejos de ser una justificación a la hora de los extremismos, debería convertirse en el mayor motivo para ejercer un Periodismo con mayúsculas, con equidad en el tratamiento informativo, juicio crítico a la hora de opinar y deontología profesional, además de algo fundamental cuando se trasiega con lo público: respeto a los ciudadanos.

Periodista y escritorwww.rafaeldeloma.com