Es curioso cómo desde que las manifestaciones son un arma legal del pueblo para conseguir determinadas pretensiones, éstas son usadas con casi tanta frecuencia como los inodoros de nuestras casas. Megáfonos por aquí; pancartas por allá. Golpes de porra en el costado; tres o cuatro detenciones. Y poco más.

No es por criticar los objetivos de estas actividades, sino por cuestionar las formas de proceder de quienes con ellas persiguen los cambios sociales. Y, ¡cómo no¡, toca hablar del señor Wert y su respetada quinta, y todos los que nos incitan a cometer locuras al ver las injusticias y los abusos políticos, sociales y económicos que se aprueban cada viernes en estos tiempos en el querido y leonado Congreso de los Diputados. Estos, dicho sea de paso y necesariamente, que son señores, y señoras (no se ofenda nuestra responsable ministra de Igualdad), que

gestionan los que deberían ser los derechos de la población a la que representan, y por la que parlamentan. Es sobrado decir que el cumplimiento de estas palabras no se ha llevado a buen término en tiempo alguno, por no decir nunca (severo, para socialistas; erróneo, para populares).

Hasta aquí, todos de acuerdo; no hay más requerimiento que el de atender las noticias. Sin embargo, dentro de que se están recortando posibilidades en los sectores equivocados, la determinación de los que están sufriendo las consecuencias es, al juicio de un ojo razonable, insuficiente y equivocado.

Martes, 29 de mayo, 12.00. Los que presiden la mesa de la Asamblea UMA, tras haber constituido la Gestora, se permiten el lujo demagógico de lanzar a casi 2.000 personas (de las cuales, la mayoría son estudiantes) a una revolución desorganizada que pretende acabar con los recortes a través de medidas pueriles y desbocadas, proponiendo soluciones tales como los aprobados generales políticos (haciendo así un llamamiento al personal docente universitario) o huelgas indefinidas a partir del próximo curso 2012-2013. Como es de esperar, todo ello es coreado y aplaudido por un alumnado que parece esperar únicamente jolgorio y descontrol de su estancia universitaria, haciendo caso omiso a las competencias estudiantiles.

He aquí una crítica a manifestaciones inútiles, que tan solo responden a un modelo de aceptación de sumisión dentro de una dictadura democrática como la que nos ha tocado vivir, donde para alzar la voz pública y colectivamente es necesario y de obligado cumplimiento pedir permiso en el Ayuntamiento.

A lo largo de la historia, sólo las rebeliones y los pronunciamientos han conseguido grandes cosas. Todos aquellos que crean que «el ser humano es bueno por naturaleza» deberían prestar atención a la injusticia que domina el mundo desde que el ser humano tiene lugar en este planeta para cambiar su forma de ver las cosas.

Así que, llegados a este punto, no queda otra reflexión que la siguiente:

«Las Fuerzas de Seguridad del Estado no superan en número a la población ni por asomo. Y, teniendo en cuenta que ni ellos ni la deshonrosa clase política van darnos lo que nosotros, Pueblo Español, queremos, si somos 46.000.000 de personas, ¿qué nos impide cogerlo con nuestras manos? ¿Un par de golpes de porra y tres o cuatro detenciones?».

«Manifestaciones y marchas como las del día 7 de junio en Málaga de la mano de la Asamblea UMA no sirven para otra cosa que para entrar en el juego de quienes adjudican sanidad y educación en nuestra nación. Por tanto, y con esto debe quedar clara la propuesta: «Las cacerolas, para cocinar; las armas, para luchar».

Evidentemente, huelga decir que nada podrían hacer contra nosotros si 40.000.000 de personas invadieran las calles y todos los edificios civiles, pero demostrado queda que al carácter español sólo le place formar parte de los problemas, y no de las soluciones.