Que no digo yo que no sea beneficioso el aceite de Argán, pero que el champú, bueno o gel que para mi son todos iguales, que toca ahora en mi ducha se llame el Elixir de Argán y que prometa proporcionar un baño de exotismo, sensualidad y misterio, acojona.

Si voy a ducharme no quiero exotismo y ni mucho menos misterio, no sé como podría haber misterio en una ducha salvo en la de Psicosis claro.

Estamos en la era de la cebolla, recubiertos por una serie de capas de esnobismo y estupideces que hemos de quitarnos aunque sea a cuchilladas y más de uno va a llorar por el camino.

Eventos de cultura que invierten más en fotocoles y en los folletos, eso que los modernos llaman flaiers que en la propia cultura que dicen anunciar.

Creo que uno de los males, desde el cariño, está motivado por el lenguaje que usamos. Los malagueños somos capaces de decir palabras en inglés que no entienden nuestros amigos pero son muy cool mientras dejamos que nuestros niños vean la tele doblada al español, el doblaje que de ser prohibido, con lo poco que a mí me gusta prohibir, elevaría el dominio inglés de la población a límites insospechados.

Málaga tiene que quitarse de encima muchas capas de cebollas, seguir con lo auténtico que tenemos y mejorar pero no «amajaronarnos» con las vacuas modernidades.

Estamos rodeados diariamente de gente que sin ningún rubor dice palabras como marketing, footing, running, coaching, camping, renting, timing, stalking, bullying y, cómo no, la última moda de la ciudad el afterworking, que es ir después del trabajo a tomar una copa pero con una dosis de estupidez bien grande.