Nunca la clase media baja fue tan guapa en la publicidad como en estos tiempos de crisis. Los protagonistas de los anuncios de refrescos, cervezas y bancos parecen personas sin empleo o con poca capacidad de consumo, pero ¡tan guapas y encantadoras!... No es la belleza de Club de Campo ni desfile de alta costura sino la guapura natural de la gente corriente. Una mezcla del mestizaje de un Lavapiés del Olimpo con la simpatía de las películas de Fernando Tejero, pobres alegres que sólo piden un poco de por favor; que, ya no hay pan, nunca falte fútbol, de Eurocopa o de barrio, y que quede suelto para una birra fresca. Algo así como indignados sin indignar, de conformistas sin perro que les ladre ni flauta que tocar. Deberían hacer pases de estos anuncios a los grandes inversores en fuga, a los especuladores en serie y se verían incapaces de arruinar y dejar sin educación ni sanidad a gente tan encantadora.

De entre todos los pequeños emprendedores o consumidores de la última publicidad nadie como el rizoso Tian´anmen que planta cara a la abducción de un platillo volante y cuenta que le bastan las emociones de su equipo de fútbol perdedor y sobreactúa cuando clama: «tenemos abuelos. Y no sabéis lo que es hablar con ellos de lo que sea». ¿De lo que sea? No se habla con ellos de lo que sea (eso es para los «colegas»), sino de lo que es propio entre nieto y abuelo. ¿Esconde eso la verdad de que las pensiones de los abuelos están sosteniendo la economía de las familias en paro y pagando la cerveza de los sábados?

El tufo consolador es tal que los extraterrestres deberían llevarse a ese tío porque no es de este planeta y porque, de paso, puede dar una buena imagen interestelar de los desprestigiados terrícolas, siempre que en el viaje suenen durante años luz Dire Straits y haya cerveza suficiente y ratas para que se alimente ese lagarto de la serie de televisión V camuflado de birroflauta.