Durante las últimas semanas, varias películas francófonas han resistido en las pantallas malagueñas, siempre fáciles para el cine simple y edulcorado made in Hollywood, pero a menudo refractarias a los guiones inteligentes y las historias con alma. Intocable ha sido un pelotazo, y sorprende el mantenimiento de Las nieves del Kilimanjaro, una película marcadamente política y comprometida. Dicen que El arte de amar es lenta y pretenciosa, y dejo para el final Profesor Lazhar, de origen canadiense, que me pareció conmovedora y sutil.

También de Canadá nos llegó el año pasado Incendies, una brutal mirada al conflicto del Líbano y sus secuelas, y aquí lo dejamos porque la lista de películas de éxito sería entonces tan larga como para llenar este artículo.

Se quejaba Marc Fumaroli del modelo cultural francés, de su politización y su estatismo; pero visto lo visto, por lo menos en Francia había un modelo. Desde los tiempos de Malraux, ni más ni menos, en Francia se le ha dado peso a la cultura. Y ha funcionado, porque además ha servido para crear una industria que exporta sus productos y que compite cara a cara con el poderío estadounidense, con la cultura como espectáculo, con las producciones de usar y tirar, aunque muchas de ellas sean ya clásicas de nuestras vidas y parte de nuestra memoria personal.

No sé en qué momento la cultura dio paso al espectáculo. Ni siquiera soy capaz de afirmar con rotundidad que esa transición ya haya acabado. Tendré que leer a Vargas Llosa para responderme, aunque ya Neil Postman lo advirtiera en su imprescindible Divertirse hasta morir: «cuando un pueblo se convierte en un auditorio y sus intereses públicos en un vodevil, entonces una nación se encuentra en peligro». Una advertencia que hoy es casi un axioma.

Todo esto viene a cuento de la crisis de la economía de la cultura. Bajan los presupuestos públicos, baja el consumo privado, bajan los ingresos de las industrias creativas y culturales, baja casi todo. Por lo menos muchas compañías y muchas empresas culturales han cobrado en estos días sus abultadas deudas municipales, algo es algo, gracias al plan de pago a proveedores del Gobierno. La esperanza del cine español en 2012 se llama Paco León y su celebrada Carmina o revienta. Una película que triunfó en el Festival de Cine Español de Málaga y que parece auténtica y talentosa.

Otros años la salvación estadística se ha llamado Torrente, o Mortadelo y Filemón, Santiago Segura y Gomaespuma, y entonces los porcentajes han subido y con ellos los aplausos de los responsables públicos y su propia tranquilidad y continuidad en el cargo.

Todo esto viene a cuento de la celebración de la Feria del Libro, cada día más pobre y deslucida, y de mi propio interés por sacar tiempo de donde no lo tengo para ir a ver Profesor Lazhar o Las nieves del Kilimanjaro. La crisis económica ha dictaminado que son malos tiempos para la lírica, pero cuando alguien organiza un evento cercano, interesante y con gusto, el público acude. Ocurrió hace pocos días en el Bar Trifásico, con Antonio Luque / Sr. Chinarro. Y ocurre cuando viene a Málaga un genio tan grande como desconocido llamado Mark Strand, cuyo libro Casi invisible está visible en casi todos los escaparates malagueños.

Veía la película canadiense y recordaba otras películas francesas dedicadas a la educación, como Hoy empieza todo, o La clase. Y también me preguntaba para cuándo una buena película española sobre este asunto crucial para su propio futuro. Por qué la cultura no se preocupa de la educación. Quizás en la ausencia de respuesta esté la propia respuesta.

[Enrique Benítez es parlamentario andaluz del PSOE]