S­­­í, hace falta empeño. La estacionalidad turística no es cuestión de un esfuercito, sino de esfuerzos plurales sostenidos. No es tarea fácil la transformación del concepto baja temporada en concepto estacionalidad. Es todo un carísimo proceso que exige persistencia, constancia, entrega y empeño, sobre todo, mucho empeño€

Cuando un destino turístico se dota del número máximo de plazas y recursos para dar cumplida respuesta a la demanda en su periodo álgido –alta temporada–, indefectiblemente está asumiendo la situación antípoda que se produce en los periodos de menor demanda o demanda nula –baja temporada–. De lo contrario su dotación en plazas y recursos es obvio que respondería a otros criterios. Si esto es así –que lo es–, ¿si no es baja temporada, qué es la estacionalidad?

La estacionalidad es una relación de dependencia intrínseca respecto del objeto que se tratare en cada caso, los flujos turísticos en el nuestro. Cuando no obedece al empeño del hombre, generalmente obedece a periodos coincidentes con las estaciones del año, por ejemplo, las cosechas. Cuando obedece al empeño del hombre, además de a las estaciones del año, obedece, generalmente, a carencias en la aplicación de los criterios de eficiencia y sostenibilidad necesarios.

La estacionalidad, la turística –ya me han escuchado y leído antes–, no es ni buena ni mala, es, simplemente, parte conformante de la mismidad de los destinos turísticos, como consecuencia de su idoneidad –o no idoneidad– frente a las circunstancias de los mercados –odio esta palabra, últimamente–. La estacionalidad no es pensable en situaciones accidentales momentáneas, sino como manifestación estructural mantenida. O sea, lo dicho, que es cuestión de empeño€

La categoría de baja temporada, estructuralmente, se sobrepasa y se trasciende a base de oferta. Basta ponerle empeño a la cosa e ir sumando unidades de oferta poco a poco o mucho a mucho y no harán falta polvitos, ni abracadabras mágicos: la baja temporada mutará a estacionalidad y se cronificará, lo que evidencia que los grandes mimbres de la solución sostenible son endógenos, no exógenos. La estacionalidad crónica se ataja actuando sobre el producto, no sobre las variables de la demanda, particularmente en un escenario globalizado en el que las hipótesis de exceso de oferta no deben formularse exclusivamente sobre territorios particulares, sino sobre el conjunto de la oferta global, cuyo impacto afecta y condiciona a todos y cada uno de sus actores individualmente. Antes nos afectaba que nuestro vecino pusiera en pie una oferta similar a la nuestra, ahora nos afecta que un ser humano ponga en pie una oferta similar en Burundi. Cuestión de impacto y sostenibilidad, sólo eso.

Es, cuando menos, curioso cómo, recurrentemente –hagan memoria si no–, la estacionalidad, la turística en este caso, lleva implícitas una retahíla de peticiones a distintas instancias en pos de soluciones. Gerentes, concejales, alcaldes, presidentes, consejeros, ministros, otros y otros presidentes, y hasta instancias divinas, son objeto de emails, faxes, burofaxes, cartas, súplicas y oraciones cuyos contenidos, en síntesis, responden a un algo así como «€un poquito de por favor, mire usted, maestro, acabe ya de una vez con esta estacionalidad que nos está matando€». Todos queremos fulminar, destruir, derrotar, eliminar, aniquilar y erradicar la estacionalidad, como si la pobre criaturita tuviera la culpa de algo. Todos elevamos la responsabilidad del «problema», como si la solución estuviera más arriba que abajo o más en las afueras que en los adentros. La oquedad es oquedad justo cuando nace el hueco, ¿o no? La oquedad deja o no de serlo en función del valor, las capacidades, el talento, las habilidades y el conocimiento del hombre para afrontarla, y de la disponibilidad o no de la materia necesaria para rellenarla parcial o totalmente.

Peter F. Drucker, gran gurú de la gestión organizacional, dijo algo así como «€la mejor estructura no garantiza los resultados ni el rendimiento, pero la estructura no adaptada siempre es una garantía de fracaso..». Si Drucker llevara razón –que creo que sí–, sería más que oportuno encarar un debate sereno a propósito de la estacionalidad en nuestro territorio. La solución sostenible está en lo que es posible, nunca en lo que nos gustaría que fuera posible, que pudiera ser tan ilusionante como irreal e insostenible.

Queridos amigos del Patronato de Turismo, de la CEM, de Aehcos / Apartur, de Aedav, de UGT y de CCOO, ¿hace un debate serio y sereno sobre la estacionalidad turística o la dejamos estar€?