George Kubler reflexionaba en La Configuración del Tiempo sobre la duración de las cosas y los tipos de duración que existen. El hecho de que una realidad, ya sea una estructura social, un edificio o una receta de cocina, mantenga su configuración inicial, su forma primera, manifiesta su idoneidad dentro de la realidad a la que pertenece y sirve, y su sintonía íntima con el mundo del que forma parte. Hay cambios enriquecedores que destilan y afinan las soluciones logradas, y añadidos que cambian una realidad devaluándola.

Los consumos de las cosas, son connaturales a su producción, pero los tiempos de consumo son en cambio variables y gestionables, marcando las características del consumible y del consumidor. El mundo culinario emplea tiempos de producción mayores a los necesarios para su consumo, donde los platos presentados se toman sin transformaciones por parte del consumidor. Del mismo modo, las producciones del mundo textil se usan sin apenas cambios en la prenda adquirida. Su duración dependerá del cuidado y de la fidelidad del consumidor al cambio impuesto por las modas. En otros sectores como el automovilístico, existe la posibilidad de que el consumidor personalice el producto que usará durante años cuidando su configuración inicial, salvo sorprendentes «tuneos». En el mundo del Arte, la conservación del producto original es en sí un axioma. Cuesta imaginar lo contrario, con aficionados que adquieran un cuadro, para continuar pintándolo en sus casas.

El consumo que se hace de las producciones de la arquitectura ha variado mucho en el último medio siglo. En el pasado, los edificios mantenían su configuración durante más tiempo gracias a mayores valoraciones y menores recursos que frenaban alteraciones del inmueble. En la actualidad, el cambio continuo, casi inmediato, de un edificio recién construido supone un derroche de la enorme inversión que implica su construcción. Una inversión tan compleja como coordinada de materiales, tiempos, oficios y esfuerzos, que la lógica pide que se aproveche más. Los cambios inmediatos en esfuerzos tan grandes son un derroche brutal, resultado de una inercia consumista capaz en tan sólo cuatro décadas de agotar nuestro modelo productivo, malgastando recursos planetarios. Hay que recuperar tiempos de consumo adecuados, y con ellos rumbos mejores.