Las sociedades más armónicas tienden a evitar una polarización en los extremos que abra un gran vacío en la parte central. Al contrario: que un gran número de personas estén cerca de la media en bienestar, formación, ingresos, acceso a servicios, etcétera, es una garantía para la solidez de la convivencia y para la capacidad de emprender tareas comunes y perseguir objetivos nacionales.

La enseñanza es uno de los capítulos donde este principio del grosor central se aplica con más claridad. Un país no necesita que todos tengan una licenciatura universitaria, porque los trabajos que requieren dicho grado son minoría. En cambio, lo realmente necesario es erradicar totalmente el analfabetismo, tanto el tradicional como el funcional, y conseguir que un máximo de personas acaben con provecho los estudios obligatorios y los completen con una formación específica para su profesión, que pueden ir actualizando o adaptando a lo largo de su vida.

Las estadísticas dicen que algunos países logran esos objetivos mejor que otros. La gran potencia europea, Alemania, fabrica titulados a un ritmo inferior a la media de la Unión. Al contar las personas entre 30 y 34 años que han finalizado estudios superiores, a Alemania le sale un 31 por ciento. En el conjunto de la Unión Europea la tasa es superior: 35 de cada cien. Y en España es estratosférica: casi 41. ¿Fantástico? Lo sería si los demás indicadores fueran igual de estimulantes. Y no es el caso.

No lo es porque España tiene una tasa de abandono escolar del 26 por ciento. Sólo superada por Malta y por Portugal. La tasa española es casi el doble de la media europea. Y Alemania está por debajo de esta media. Los germanos tienen una tasa del 11 por ciento. Y la quieren reducir, para estar más cerca de sus vecinos y primos austriacos, que tienen una tasa de abandono del 8,3% ... y una de titulaciones superiores del 23,8%. Ambas cifras, inferiores a las alemanas. Y muchísimo más pequeñas que las españolas. La sociedad austriaca tiene fama de estable y de cohesionada. ¿Y la española?

Más licenciados que la media y más fracaso escolar que la media: este es el camino más recto hacia una sociedad fracturada, desestructurada, en la que millones de personas se sentirán incómodas y frustradas. Unas, porque la falta de formación les cerrará puertas y les cortará el acceso a un futuro mejor. Las otras, porque habrán dilapidado esfuerzos y años de vida en unos estudios sin salida. ¿Cuánto dinero del erario público se gastan en formar más titulados de los que se necesitan? ¿Y cuánto dinero hace falta para reducir el fracaso escolar? Quizá las dos cantidades no sean muy diferentes.