Hemos vivido en un país en el que la abundancia era la nota destacada: abundancia de dinero en las entidades financieras, y generosidad en ellas para compartirlo a manos llenas con los que lo pedían prestado, a bajos tipos de interés y sin límite en cantidad y tiempo; abundancia en el consumo, en gastos superfluos, inversiones innecesarias, celebraciones, fiestas, homenajes y en cuantos eventos se os antojaran.

Abundancia de puestos de trabajo, abundancia en la valoración de las viviendas como garantías de las deudas, abundancia en los años concedidos para devolver los préstamos. Hemos vivido en una especie de tierra de jauja, como la que describió en el siglo XVI Lope de Rueda en su paso novelístico, en el que dos pícaros entretienen a Mendrugo hablándole de Jauja como una tierra de oro, en la que los ríos discurren con leche, las fuentes dan manteca, los árboles buñuelos, las montañas son de queso, y hasta los gansos vuelan cuando ya están asados, siendo todo muy abundante y de balde. Al infeliz Mendrugo, mientras le embelesan con tal maravilla le roban la cazuela de la comida para su mujer.

Ni entonces ni ahora los bienes abundan, ni mucho menos es gratuita su disposición, aunque hace apenas cinco años nos lo pareciera: todo tiene un precio y la carga depende para cada cual de sus circunstancias, recordando a Gregorio Marañón. El pago de las deudas no es fácil y guarda relación con la situación activa, económica y social que atravesemos. Ahora, cuando tantos millones de españoles se encuentran en el desempleo, cuando en más de un millón de hogares no se consiguen ingresos, asistimos asombrados al eclipse de la tierra de promisión, y en la oscuridad de la crisis podemos ver que lo que caía sobre nuestros hombros como una lluvia de oropel, no era más que un calabobos de caspa.

Aún así, para algunos, ésta es aún tierra de jauja. Por mucho que nos digan que los bancos no tienen dinero, algo les quedará cuando, por ejemplo, Rodrigo Rato, podría percibir 1,2 millones de euros más para que no se vaya a la competencia ¿No decía Goirigolzarri, el nuevo presidente, que no tenían dinero y le pidió al Banco de España 19.000 millones más? ¿Y el resto del sector financiero, cuánto necesita? Ni ellos mismos lo saben. Aunque los bancos estén sin dinero no pasa nada: se lo proporcionamos rápidamente y sin siquiera han de dar explicaciones en el Congreso, mientras que si un ciudadano no puede atender el pago de su hipoteca se le expropia la vivienda y se le deja en la calle.

No cabe duda de que la época de abundancia con implicaciones comunes inmobiliarias ha dejado huella por la connivencia e intereses mutuos entre políticos y banqueros. Jauja va a ser para los grandes defraudadores aflorar el dinero putrefacto por el delito o fraude fiscal, porque van a pagar sólo el 10%, gracias a la injusta amnistía del Gobierno, mientras que los honrados contribuyentes soportan tipos impositivos que pueden superar el 50%. Para éstos, el IRPF no es Jauja. Como no lo es para el bebé de Lleida que, con tan solo 18 meses, ha recibido de la Agencia Tributaria el borrador del IRPF sin haberlo pedido, por haber tenido sólo 2,8 euros de intereses en un banco.

Eso sí, le sale a devolver 53 céntimos. Pero ya está en el fichero, replicarían los alérgicos al fisco. Una amnistía fiscal siempre genera desmotivación, inseguridad jurídica, y más cuando concurre en plena campaña de renta. Cuando cada contribuyente se enfrenta a la práctica de su liquidación y puede comparar su responsabilidad con el trato que se da a la ignominia. Los agravios comparativos sufridos por los justos pueden hacer más daño a la ética y la moral ciudadana que el beneficio que procure a las arcas del Tesoro la recaudación que se logre con tan injusto perdón. Aquí nadie renuncia al ejercicio comparativo cuando sale perjudicado. La propia Isabel Pantoja se queja, no declarando que es inocente, sino de que no se le de a ella el mismo trato que a la Infanta Cristina. En el fondo lo que se pide siempre es la igualdad ante el fraude, y a nadie le vale la parábola del hijo pródigo, si el regreso a casa no sirve para quedarse, porque, como ha ocurrido tantas veces, los villanos vuelven a las andadas.

Sólo para unos pocos privilegiados esto es jauja. Para el resto, el día a día es dramático. Quizá nos lo hayamos ganado a pulso. Quizá hayamos abusado de prebendas incompatibles con el mercado de libre competencia, pese a que la metáfora económica aseguraba que «la mano invisible» rige el mercado. Desde hace años el regidor se ha quedado manco, porque el mercado se rige por la avaricia de los especuladores y el capital huye despavorido por las interesadas previsiones de los brockers y las agencias de calificación, mientras otros países disfrutan del bienestar que les procura el malestar del vecino. Por muchos que hayan sido nuestros errores, no es justo que la inquisición económica nos masacre a diario, si, como borregos amaestrados, seguimos sus dictados. Es incomprensible que no haya dinero para nuestro país cuando hace nada teníamos todo el oro del mundo

¿De que nos sirve pertenecer a la Unión Europea? ¿Por qué nuestra amiga y socio, Alemania, tiene todo el dinero que quiere y al nulo coste del 0%, si la deuda pública alemana supera a la nuestra? Se ha dicho siempre que la unión hace la fuerza, pero no es este el caso: la prima alemana nos cuesta un riñón, y la señora Merkel sigue repitiendo nein sin inmutarse: para ella esto sí es jauja. Habrá que implorar lo del ¡Líbrame señor de mis amigos, que de mis enemigos me ocuparé yo!

Francisco Poveda Blanco es catedrático de Economía