España ha pasado un fin de semana trascendental para su futuro inmediato. El resultado del partido que ha jugado contra Italia, una selección dura y con postín, pesa mucho en el ánimo de la selección y de sus perspectivas para revalidar el título. El juego por las bandas y de la medular, con la capacidad de creación que tiene la selección, forman la base de las aspiraciones para la Eurocopa. Si responde a las expectativas y mantiene un alto nivel de juego, España se librará del rescate de la banca y nos quedaremos con una línea de crédito blando para eliminar dudas de nuestro sistema financiero. Si la selección no pasa de semifinales, España habrá sufrido un rescate en toda regla y estaremos abocados a saltar al abismo, sin ninguna duda.

Es lo que tiene el fútbol, su capacidad de cambiar la perspectiva sobre la realidad. Para eso hemos quedado. Nuestro futuro no depende de que Guindos negocie con dureza en el Eurogrupo, ni de que Rajoy acierte con las reformas o Rubalcaba tenga claro qué es lo que quiere en la vida. Ni siquiera depende de que los bancos estén saneados o en la UCI, pagando por cada pastilla que los cure por culpa del copago. No. Nuestro futuro depende de que Torres sea capaz de meter un gol, de que Iniesta encuentre la diagonal del pase, que Xavi y Xabi muevan al equipo con inteligencia y Sergio Ramos no tire un penalti. Ellos son los grandes economistas que sacarán a España de la crisis, sobre ellos recae el peso de las hipotecas, de los recortes salariales, el paro y la reforma laboral. Cuando le den patadas al balón, se la estarán dando a la crisis. Si se cruzan con Alemania y ganan, Merkel no tendrá más remedio que hincar la rodilla y suavizar la exigencia de recortes a España. Y si finalmente consiguen la Eurocopa, España se convertirá en una superpotencia europea que mirará el rescate bancario con indiferencia y a la crisis, con desprecio.

El verdadero problema surgirá si la victoria no llega con contundencia y la final la gana cualquier otro país. Entonces podremos decir, y vuelvo a parafrasear a Casablanca, que «siempre nos quedará Londres». Las Olimpiadas serán una nueva oportunidad de recuperar el orgullo patrio.

El deporte se ha convertido en la válvula de escape de una sociedad que encuentra pocos alicientes más a su alrededor. Con la clase política cuestionada, independientemente de su color político, con poco trabajo o en precario y hartos de escuchar mentiras para esconder la realidad, sabemos que un gol puede ser la diferencia entre continuar con esta espiral deprimente o ver un destello de algo. Así de triste es nuestra existencia.