En el norte los vientos terrales brindan a veces un gran encuentro. En la playa sábanas de arena seca se mueven hacia la orilla y extienden su piel sobre la arena mojada por el agua. En la mar, compiten dos oleajes: las ondas empujadas hacia la arena por el corazón de la masa de agua, y las crestas que, a rachas, levanta en ellas el viento contra el mar. Cada uno pone en el juego lo mejor que tiene: el mar su ritmo inalterable y poderoso, el viento su capricho y creatividad. A veces, al encrespar su piel, y fruncirla al sol, el viento saca a la mar brillos insólitos, campos móviles que chisporrotean y se apagan, o bien, con el auxilio de las nubes que corren por el cielo, ensombrece de pronto el agua y le cambia el color. El mar aguanta estos ataques, confía en su fuerza y aguarda a que el viento se canse, para imponer de nuevo su juego. El partido puede durar del alba al atardecer.