Ahora que el cabecilla de Gürtel acaba de salir de la cárcel y el presidente del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Dívar, está en sus horas más bajas a cuenta de sus viajes a Marbella, el hecho de que el juicio de Malaya haya llegado a su recta final supone que el esclerótico estado de derecho que nos acoge, al menos, conserva algunos reflejos. Los principales analistas políticos hablan de crisis de valores como el principal síntoma del mal que arrastramos como país, una enfermedad que sería el reflejo de la corrupción de muchas de nuestras instituciones. Esa corrupción es la protagonista de Malaya, el mayor proceso de la historia del país, organizado por el esfuerzo de unos cuantos jueces de provincias que han dejado claro que aún hay manzanas sanas en un cesto cada vez más podrido.