No lo entiendo. Tenemos un presidente 10, con millones y millones de seguidores y votantes, de sonrisa meliflua y bonachona, que ama el deporte por encima de la prima de riesgo y mendicante de cien mil millones de euros y llega la prensa de todo el mundo, de derechas o de izquierdas, conservadora o liberal, incluso aquella en la que se sienta como consejero su amigo del alma, José María Aznar, con un sueldo que asusta, y lo ponen a parir. No hay derecho que nuestro preclaro y altivo presidente, tocado por el Espíritu Santo con el sentido común, adalid de la credibilidad, dentro y fuera de España, haya sido tildado de fantasma, fanfarrón y mentiroso. Muy duro. Mariano Rajoy ya dio probadas muestras de saber ponerse de perfil mejor que nadie; de que no hay crisis que se le resista, incluida la del Prestige y los hilitos de plastilina.

Se superó, incluso, cuando horas antes del fallido España-Italia, dio una lección a todos los dirigentes europeos, incluida su amiga Merkel, proclamando urbis et orbe que era él y solo él el que había puesto a sus pies a la Europa del euro. MR, versus Arriola, vendió como un gran éxito personal el rescate. Ya me dirán si no hay arte en este gallego, sobrado de retranca, que no duda, al más puro estilo franquista, dejar que los problemas se solucionen en el cajón de los olvidos. Así lleva haciéndolo desde hace 30 años, desde que ejerciera de político primerizo en su Galicia del alma y así sigue, resistente, impertérrito, con una piel en la que ni los molestos picotazos de los mosquitos le hacen cambiar el semblante. Llegó a más cuando dijo que él evitó que España fuera intervenida. Rajoy es mucho Rajoy, tanto que no tiene reparo en manifestar con sus hechos la alergia, sarpullido se decía antes, que le producen los medios informativos, dentro y fuera de España, pero sobre todo debatir con Rubalcaba en el Parlamento por qué España ha tenido que recurrir al rescate del sistema financiero. Ir al Parlamento es para Rajoy peor que una dosis de ricino.

Se nos marcha Javier Arenas a Madrid. Hay que reconocerle al eterno candidato a la presidencia de la Junta su fe de carbonero, porque nadie aguanta cuatro envites como perdedor. Para un político nada hay peor que la historia lo recuerde por sus derrotas y Arenas las lleva escritas en la frente, sobre todo cuando por llegar al poder a toda costa no dudó un momento en atacar, con irreprimible rencor, a quien le había ganado una y otra vez en las urnas, Manuel Chaves. Se marcha a Madrid y deja un melón «calado» en el PP andaluz. Veremos en breve si es melón «tronquero», de pepita negra, macho o hembra. Hasta que acceda a una relevante cartera ministerial será el hombre de Rajoy en el PP nacional. Jimena de Cospedal ya debe sentir su aliento en el cogote. Se acercan tiempos revoltosos en el PP andaluz y en el nacional. Volverán las oscuras golondrinas, al tiempo.

Este periódico, como lo ha hecho El País, ha demostrado, con pruebas irrefutables, que Carlos Dívar es un mentiroso compulsivo o tiene muy mala memoria –y peor agenda– o que, posiblemente, padezca el jet lag, porque le bailan las fechas, las horas, los lugares de trabajo y los de relax. Con el apoyo del PP y su gran valedor, monseñor Ruiz Gallardón, no dará explicaciones en el Parlamento. Dívar sigue de togado; Garzón, en la calle. Jueces tendréis€

PD.- (1) Vicente Granados, todoterreno de la política pegada al terreno, avezado profesor en batallas y guerras varias, desde la secretaría general de la Consejería de Turismo le tocará sacar adelante la Ley del Turismo que le dejó en chiqueros el consejero Luciano Alonso. Suerte y al toro. No queremos Algarrobico ni Valdevaqueros.

(2) Montserrat Reyes vuelve a la primera fila. Luciano Alonso ha conseguido que Cultura tenga sabor malagueño, sumando a Sebastián Rueda y a Rafael Granados. Nadie como Luciano para cuidar el huerto de la Cultura.