La memoria no es sólo un proceso funcional para la mera acumulación de datos. Al menos, no lo es para eso que llamamos recuerdos, que tal vez suceda que sean otra cosa distinta. Tener memoria puede definirse como la capacidad para retener información, y tener recuerdos como una manera de volver a vivir cosas que ya vivimos. Nuestros potentes, imprescindibles ordenadores, tienen memoria, pero no recuerdos. Recordar, en su etimología, sugiere aquello de «volver a pasar por el corazón», ya que los antiguos creían que los sentimientos residían en el corazón y allí estaba también la memoria («recuerde el alma dormida», dice Jorge Manrique). Tal vez no estuviesen muy descaminados, porque si bien la base fundamental de un recuerdo es algo ocurrido, la mayor parte de su contenido tiene más de creación que de realidad. «Puedo recordar cualquier cosa, haya ocurrido o no», dictaminaba Mark Twain.

Ahora hemos sabido que Gabriel García Márquez apenas si recuerda ya a nadie, ni siquiera el nombre de sus más queridos amigos. Puede que sea el alzheimer, esa maldita enfermedad, la demencia senil probable a sus ochenta y cinco años cumplidos o cualquier otra enfermedad parecida, pero lo cierto es que el Gabo no ha podido terminar los al menos dos tomos que quería escribir como continuación de sus memorias Vivir para contarla.

En estos días hemos visto en Málaga a un hombre que corre para luchar contra esa enfermedad que produce olvido. El pescador cántabro José Antonio Santamaría lleva sobre sus piernas ocho mil kilómetros, doscientos cuarenta maratones, para recaudar fondos contra un mal que cada día está más presente en nuestras vidas y que a mí, que es lo que tengo más a mano, me quitó a mi padre hace ya algunos años.

Me da auténtico pavor pensar que algún día podría olvidar todo lo que con tanto esfuerzo he ido construyendo. Mis recuerdos, esa mezcla de acontecimientos y ficción, acaso sean todo lo que tengo, y la simple idea de que se vayan deshaciendo poco a poco me produce un miedo atroz. ¿Qué haría yo sin mi memoria? De momento, mis amigos dicen que no debo preocuparme demasiado porque me ha salido mejor que el estómago, que siempre me ha sido más infiel, pero no está garantizado que me dure para siempre, que mantenga su fiabilidad. No me gustaría acabar así, sin recordar el nombre de la gente a la que quiero, sin saber siquiera que he vivido, sobreviviendo a mi propia biografía.