La primavera se acaba, los niños vuelven a casa el día entero y el aire acondicionado lo hemos revisado por si salta el terrá. Como todos los años por esta fecha, ni más ni menos. No hagamos caso a los agoreros que hablan del fin de la civilización por culpa de la crisis –cada cual puede acompañarla del adjetivo que le apetezca– esa que es la causante de todas nuestras penas. Ni una lágrima, ni un reproche a nadie, entre otras cosas porque no van a prestar la menor atención a nuestras quejas, ni nos van a remediar el embrollo en que nos han metido, si, acaso, se irán al fútbol para no oír nuestros lamentos.

La venganza, nuestra venganza, llegará en las próximas elecciones. Entonces todos sonreirán, todos volverán a prometer y los que hayan sobrevivido al vendaval, les harán, o haremos, pedorretas con un pito de caña. El lío es tan gordo que hasta la gran dama teutona se ha encargado unas chaquetas de colores más oscuros, vaya, de alivio de luto.

Y, acercándonos a nuestra casa, ¡menuda tienen montada los comerciantes del Perchel! Y con toda la razón del mundo: entre la crisis y los obstáculos que se encuentran los clientes para llegar a sus comercios, no ganan ni para pagar los múltiples impuestos que están obligados a pagar al Ayuntamiento. Y, claro, en el momento que una mosca se les pone al alcance, se monta la de Corea.

Menos mal que contamos con el fútbol, fútbol internacional, que aunque no soluciona nada, al menos, nos entretiene, nos hace olvidar los pesares económicos, que el tiempo pasa y sospechamos que tenemos más proyectos por iniciar que años de vida para realizarlos. Pero, oiga, seamos optimistas, siempre que ha llovido ha escampado. ¿O no?