Esta semana trascendió que la justicia portuguesa investiga a un fondo de inversión local sospechoso de haber divulgado pronósticos negativos sobre la deuda nacional para sacar provecho de su hundimiento. No es habitual que la justicia pueda meter mano a este tipo de especuladores, porque no suelen dejar un rastro tan evidente, pero la práctica de apostar por la baja de una cotización y acto seguido maniobrar para que tal baja se produzca es bastante habitual.

La técnica preferida se conoce como short selling o posición corta. Funciona así: se «alquila» un valor, se vende, se provoca su caída, se vuelve a comprar mucho más barato, se devuelve, y uno se embolsa la diferencia. Que los mercados sirvan para ganar dinero con la depreciación de lo mercadeado pervierte su teórica razón de ser, pero los intentos de prohibir tales maniobras han topado con la resistencia de los grandes financieros y de los gobiernos que les protegen. Al fin y al cabo, desde Génova y Florencia los financieros han tenido a los gobiernos agarrados por donde duele.

Pero sería excesivo culpar al fondo chapucero o a sus colegas más discretos de los problemas que han llevado a Portugal al rescate. Y también de los que pueden llevar a España. Los grandes inversores, que son gentes reposadas y conservadoras, así como las agencias que les guían, atienden a los datos macroeconómicos: deuda, déficit, paro, PIB, productividad... y cuando sus cálculos salen negativos, se van con el dinero a otra parte. Entonces el país queda desprotegido y, sí, es presa fácil de los depredadores oportunistas. Pero cualquier documental de National Geographic sobre el Serengueti nos muestra como las fieras atacan a los animales débiles —enfermos, viejos o muy jóvenes— que se separan de la manada.

En España, administraciones, promotores y constructoras se han dedicado a poner ladrillos, hormigón, asfalto y vías de alta velocidad en demasía, a cuenta de préstamos que ahora no pueden devolver. Mientras tanto, la competitividad del conjunto de la economía ha ido descendiendo. No bastará con inyectar más y más millones a la banca. Además, es necesario reaprender a producir de una forma competitiva, siguiendo el ejemplo de aquellas empresas industriales que nunca han dejado de hacerlo. No va a ser fácil, y aún habrá que padecer para llegar a la epifanía del nuevo tiempo, si es que llega. Para lo cual, dicho sea de paso, no nos iría nada mal que la manada anduviera más unida.