No estamos hablando de Tommy Lee Jones, Josh Brolin y Will Smith al referirnos a los «Men in black» de la troika comunitaria, pero sí de unos comisarios volantes dignos de temer. Los hombres de negro se dice que tienen siempre las maletas hechas para viajar inmediatamente de un lado otro e imponer la severa disciplina presupuestaria, inspirada por Merkel, en los países intervenidos.

Cristóbal Montoro, por mucho que lo intentase, no podría evitar el dogal de los «men in black» que representan a la UE, al Banco Central Europeo y al Fondo Monetario Internacional. Efectivamente, también al FMI, aunque el ministro Luis de Guindos se hubiese propuesto inicialmente evitar este nombre.

El vicepresidente de la Unión Europea y comisario de la Competencia, Joaquín Almunia, explicó el pasado lunes lo que a simple vista resulta fácil de entender: quien da dinero nunca lo da gratis y quiere estar seguro del uso que se hace de él. El ministro alemán de Finanzas confirmó la presencia de la troika aunque recalcó, para evitar susceptibilidades semánticas, que la vigilancia se limitará a los bancos.

Pero ¿quiénes son los siniestros hombres de negro que para el común de los mortales representan en economía el equivalente del sacamantecas? Se trata a grandes rasgos de unos profesionales de la disciplina que se comportan de forma implacable cuando se trata de meter a un país rescatado en cintura. Funcionarios fríos, rígidos, incapaces de observar alguna otra particularidad que no sea la contable, dispuestos a imponer medidas tajantes a cualquier precio sin titubear.

Los «hombres de negro, que diría Montoro, no se detienen ante nada: su lógica responde a la de un comisario de hierro. Los problemas domésticos y sociales no cuentan para ellos, porque su misión es otra. Si en las condiciones del rescate a la banca en España –pendientes de conocerse– entrase la fiscalización del tijeretazo empezarían por recortar de un tajo el gasto autonómico, no tendrían piedad con los directivos de las cajas quebradas, impondrían una política fiscal a su juicio adecuada a las características de la deuda, recortarían pensiones, salarios públicos, subsidios de desempleo y, en el caso de necesidad, recurrirían a la venta de patrimonio.

Alguien podría estar tentado a creer que los hombres de negro son la solución, tal vez la poda que necesita un país de moral laxa en el empleo de los recursos públicos, caótico, acosado por la corrupción y los escándalos financieros, y pufista. Su enérgica acción predadora permite, sin embargo, vislumbrar un horizonte sombrío, una política de tierra quemada que no hace abrigar mayores esperanzas de recuperación a los países intervenidos. Por decirlo de alguna manera, ese no es su problema. Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, insistió todavía no hace mucho en que los rescates con políticas depresivas sólo hacen empeorar las cosas si no se acompañan de medidas de crecimiento.

Los «hombres de negro» ya están aquí o en seguida vendrán. Las condiciones del rescate bancario determinarán cuál será verdaderamente su papel en los asuntos domésticos de España.