Todo empezó una vez más con Günter Grass. Después del poema sobre Israel, que le atrajo las iras de muchos y las alabanzas de muy pocos, el Nobel alemán decidió que ya no iba nunca más a callarse ante lo que pasa en el mundo, como tantos intelectuales, y volvió a la carga, esta vez sobre Grecia con un nuevo poema, publicado en el diario Süddeutsche Zeitung.

Su nuevo poema, titulado La vergüenza de Europa, en el que criticaba que los gobiernos del continente tasasen a ese país, cuna de la democracia, a un «precio menor que el de la chatarra», animó al semanario Die Zeit a pedir a siete autores también de lengua germana –hay alguno austriaco como Franzobel– que siguiesen su ejemplo.

Grecia ha ocupado siempre un lugar destacado en el imaginario de los autores germanos, desde Goethe o Henrich von Kleist hasta el filósofo Nietzsche, pasando por el poeta más griego de todos los que han escrito en esa lengua: el gran Friedrich Hölderlin.

Pero la canciller alemana, Angela Merkel, como tantos otros gobernantes y burócratas europeos, parece identificar a Grecia únicamente con el taimado Odiseo, el de los mil disfraces y de las múltiples tretas, siempre dispuesto a engañar a otros, héroe arquetípico de un pueblo comerciante por excelencia.

En la estela de Grass, los siete autores han querido contrarrestar esa interpretación preñada de prejuicios y ofrecer una imagen muy distinta de Grecia. No han puesto exclusivamente su mirada, como el autor de El Tambor de hojalata, en las tremendas consecuencias sociales de los dictados de Bruselas, sino que han dado alas libres a su imaginación al evocar a ese país y a ese pueblo, al que tanto debemos los europeos.

El más conocido internacionalmente de todos ellos es el novelista Martin Walser, que ha escrito un poema titulado A los nacidos hoy, en el que les explica que «todo lo hemos aprendido de los griegos, poetizar, por ejemplo, y también contar» y añade que «contar no es ninguna vergüenza ni hablar de intereses es ningún crimen porque no incluye el silencio sobre Platón y sus consortes». Termina el poema con una nota alegre: «Vivimos en tiempos más felices. Casandra veranea en Naxos».

El poema más largo y al mismo tiempo más jocoso es el de Durs Grünbein, que pone en escena a varios dioses de la mitología griega –Teseo, Apolo, Hermes, entre otros– que conversan sobre las bajas y alzas de las acciones, y que hace decir a uno de ellos, concretamente a Apolo: «No puedo seguir oyendo la palabra dinero. ¿No os pasa lo mismo a vosotros?».

El austriaco Franzobel recurre con ironía en su poema a todos los tópicos que manejan quienes han viajado alguna vez a Grecia o al menos han comido en algún restaurante griego y así habla de que «al principio, desde el Peloponeso hasta Creta, era la sopa de ouzo, inocente y blanca como (el queso) Feta» o se pregunta qué quieren los europeos de «un país en el que se saluda con Kalimera y los calamares se mojan en sirtaki».

Grecia es, recordémoslo una vez más, el país que nos dio a los occidentales palabras como «crisis» y «agonía», dos vocablos que sintetizan muy bien lo que hoy nos está pasando.