La crisis del euro está siendo larga, profunda y repleta de momentos críticos. Uno más de esos momentos decisivos se vive en las elecciones griegas de hoy domingo, en el que se juega el serio dilema de la permanencia o la salida de Grecia del euro.

Han pasado ya más de dos años sin resolver la crisis fiscal de Grecia, que al principio sólo hubiera costado 50.000 millones y ahora ya supera los 160.000 millones de euros. La desastrosa gestión de la crisis ha conducido a una grave situación con un elevadísimo coste económico, social y político. Esa pésima gestión de la crisis, junto con fallos iniciales en el diseño del euro, es lo que explica por qué se han podido contener, por ejemplo, los problemas de endeudamiento de California en los Estados Unidos y, en cambio, los de una economía mucho menor como la de Grecia se han ido acentuando y han alcanzado al conjunto de la eurozona.

No es de extrañar que, ante tal situación, haya quienes promuevan una salida del euro porque creen que resultan insoportables la austeridad, los ajustes y los sacrificios impuestos por los rescates a la economía griega y porque consideran que abocan al país a una profunda depresión que hace inabordable, además, el pago de las deudas.

Frente a esa visión, está la de quienes piensan que no existe otra alternativa que la de asumir esos enormes sacrificios para evitar las consecuencias mucho más graves que podría conllevar la salida del euro. El Banco Nacional de Grecia ha estimado que esa salida supondría una devaluación de la nueva moneda de entre el 50 y el 60%, una caída de la renta per cápita del 55% y del PIB del 22%, el desplome del valor de la propiedad inmobiliaria y de los depósitos bancarios, la quiebra de instituciones financieras, la elevación de la tasa de paro hasta el 34% y una inflación por encima del 30% y a ello habría que sumar un fallido de impagos estimado en 300.000 millones de euros, que afectaría al conjunto del sistema financiero europeo.

Aun con eso, el mayor de los problemas de una salida de Grecia del euro sería el de poner en peligro al conjunto de la eurozona. A pesar del pequeño tamaño relativo de su economía (en torno al 2,3% del PIB de la Unión Europea), una salida griega del euro (incluso si fuese «ordenada» y desde luego si fuese «desordenada») es probable que tuviese un efecto de contagio en los países periféricos (los que alguna prensa anglosajona denomina despectivamente PIGS: Portugal, Irlanda, Italia, Grecia, Spain), como resultado de un euro más frágil y menos confiable que provocaría una huida de los inversores de los bancos y la deuda soberana de esos países, una salida de capitales hacia otras áreas y una posible retirada masiva de depósitos.

Ése es el momento que requiere una contundente intervención del Banco Central Europeo para la que debe de estar preparado. Porque de lo contrario, la trayectoria griega podría llegar a repetirse en cascada en otros países. La clave no sería entonces ya Grecia, sino España e Italia, que arrastrarían consigo al conjunto de la eurozona. Algo que no debería pasar y que, sin embargo, no estamos a salvo del riesgo de que pase. Por eso es tan importante lo que toda Europa se juega este domingo en Grecia.