Me cae bien Rafael Nadal, un ganador nada engreído, y me gusta que gane torneos de tenis de la manera en que lo hace, es decir, con tesón, inteligencia y sencillez. En este sentido se puede decir que es un buen ejemplo para quienes, niños o no, se miran en él para modelar valores y comportamientos. No se puede decir lo mismo de una gran parte de los triunfadores, que suelen restregarnos de mil maneras a los que no tenemos sus habilidades, sobre todo la habilidad para hacerse ricos, su autoimportancia, su impunidad, su chulería, su superficialidad y su falta de sensibilidad social. Nadal, sin importar el hecho de que sea español (al menos sin importarme a mí, que me caería bien aunque fuera bielorruso), va por la vida con sensatez mediática (su vida personal ni la conozco ni me interesa, así que no sé si también es sensata) y transmitiendo mensajes correctos de una manera correcta, un mínimo que habría que exigirles a los que se convierten en espectáculo público y viven de eso. Hasta ahí nada que objetar.

Pero Nadal tiene un reloj que estropea todo eso. Un reloj que nos hemos enterado que tiene porque se lo robaron en París la semana pasada, aunque pocas horas después la policía pudo recuperarlo. Un reloj de una marca exclusiva que sólo ha fabricado unas 50 unidades del mismo que vende a 350.000 euros cada una. El fabricante-diseñador, que habita un impresionante castillo francés, se embolsará cuando venda toda la serie (y, de quedarle algunos en las vitrinas, ya los habrá vendido después de que, gracias al robo real o montado, se haya hecho mundialmente conocido) 17.500.000 euros menos los gastos, que tampoco habrán sido tantos. Muchas personas de nuestro país, de las afortunadas que aún tienen empleo, tardarían más de 30 años en ganar 350.000 euros; y ganar no conlleva el hecho de que, al final de ese período, le sobre esa cantidad para comprarse un reloj, ya que se tendrían que gastar el sueldo íntegro en atender sus necesidades básicas. Yo mismo tendría que estar escribiendo esta columna semanal unos 10.000 años para sumar esa cifra astronómica. 350.000 euros es también lo que un pensionista medio recibiría durante 50 años.

Ya sabemos que los ricos tienen muchísimo dinero y que se lo van gastando como pueden, en lo que les apetece, etc. Ya sabemos que la industria del lujo es la única que está creciendo con la crisis. Ya sabemos que, de una manera indirecta e inconsciente, en muchos casos contribuimos a que esos ricos sean ricos, ya que si no encendiéramos la tele para ver Roland Garros o las carreras de Fórmula Uno o los partidos de la Eurocopa esos señores no se embolsarían la parte proporcional del negocio que generan gracias a nosotros. Ya sabemos que algunos de esos ricos, como el propio Nadal, porque así lo sienten o porque se lo aconsejan sus asesores de márketing, hacen donaciones a causas humanitarias, lo que supongo que les hará sentirse en paz con sus absurda y egoístamente abultadas cuentas bancarias.

Sabemos todo eso, pero no es suficiente. Los tiempos no están para que los ricos hagan ostentación de su riqueza, que siempre es, provenga de donde provenga, inmoral. La riqueza desmesurada es asesina, esclavizadora, mentirosa, deshumanizadora. Debería estar prohibida, y no sólo en tiempos de crisis gigantesca como los actuales. Ese reloj de Nadal debería estar prohibido. Y si no, que prohíban el tenis.