Al final fue una batalla entre el euro y el dracma. Y pese a la irritación con la moneda común, compartida por tantos otros europeos, sobre todos los del sur, que han visto encarecerse con el euro hasta extremos casi insoportables el coste de la vida, pudo más el miedo a dar un salto en el vacío.

Los griegos votaron esta vez con la cabeza más que con el corazón y se impuso finalmente lo que en el fondo deseábamos la mayoría de los europeos, que no queríamos ver cumplida la profecía de aquella portada de una revista alemana que tanto enojó a los griegos: «Acrópolis adiós».

Otra cosa es que haya sido uno de los principales causantes de la desgracia griega, el líder del partido Nueva Democracia –¿y qué significan ya las palabras, sobre todo cuando califican a un partido?– el más votado por sus compatriotas y el que lidere, aunque con el apoyo de otros, el regreso del país al redil de Bruselas.

Explicaba en una entrevista el escritor griego Nikos Dimou sobre la mentalidad de sus compatriotas que los griegos habían sido siempre un pueblo inmaduro y que ya en la antigüedad los sabios egipcios los habían descrito como «niños», pero añadía que esa «inmadurez» encerraba una cierta «belleza».

Los griegos modernos son también un pueblo tremendamente vital, con una fuerte tendencia a la hipérbole, algo que una persona con la formación científica, racionalista y germano-oriental de la canciller Angela Merkel no podrá jamás entender ni, mucho menos, apreciar.

El griego, dejó escrito Dimou, en un libro publicado hace ya casi cuatro décadas bajo el título de Sobre la desgracia de ser griego, hace «todo lo que puede para agrandar el abismo existente entre sus deseos y la realidad». Un pueblo, pues, contradictorio, con graves problemas de identidad, que llegó mucho más tarde que otros europeos a la modernidad.

Un pueblo acostumbrado a sobrevivir en la difícil encrucijada de Oriente y Occidente, de la ortodoxia y la razón, con el que las frías, racionalistas y calculadoras Berlín y Bruselas tendrán en adelante que lidiar. ¡Suerte y al toro!