Se acabó la excusa. Durante una semana, la incertidumbre sobre Grecia fue la explicación más socorrida del poco entusiasmo que mostraron los mercados hacia el rescate español. Recordemos que la línea de crédito se anunció en sábado y que el lunes, tras unos balbuceos engañosos, la prima de riesgo montó en un globo y se quedó allá arriba, con el bono en los aledaños del 7%. ¿Cómo se explica? ¿No era acaso el rescate un triunfo de la política española, y el camino hacia la salida del túnel? La respuesta al desconcierto consistió en señalar a Grecia y a sus incertidumbres, que eran las incertidumbres del euro mismo y de su futuro. Si ganaba el bloque de la ira, con los descorbatados de Siryza al frente, el pánico llevaría al contagio y España sería la primera ficha del dominó en caer.

Pero no han ganado. Los griegos continúan divididos entre la resignación y la rabia, pero las elecciones van a dar paso a un gobierno partidario de poner buena cara a Alemania, y Merkel tal vez se lo premie relajando las condiciones de la ayuda. Por lo tanto, Grecia ya no es el motivo para que los mercados sigan desconfiando de la deuda española en mayor grado que antes del rescate. Si lo hacen habrá que buscar otras causas, y tal vez sean intrínsecas.

La mecánica prevista para el rescate español compromete al Estado y a su deuda pública con la salud de los bancos enfermos. Y lo malo es que no hay manera de saber el alcance exacto de su dolencia. Ello se debe a que los activos inmobiliarios tóxicos que envenenan sus balances no tienen límite de depreciación. Valen lo que en cada momento alguien quiera pagar por ellos, y hoy nadie compra pisos, ni promociones a medio completar, y no digamos campos de patatas formalmente urbanizables. Quienes podrían comprar esperan a que bajen aún más, y no tienen prisa. Así las cosas, no hay forma de valorar con certeza los activos de los bancos enladrillados.

Cualquier cálculo queda inmediatamente desfasado. Les sugiero que sigan la subasta a la baja que se refleja en los portales de venta de pisos; verán como el rótulo «ha bajado» acompaña con gran frecuencia a la nota «directo de entidad financiera» (y en ocasiones, a la inquietante opción de «avisar si baja»).

El Tesoro Público se va a comer un agujero de profundidad desconocida. Los inversores internacionales, que manejan ecuaciones de seguridad y rentabilidad, no se fían de una deuda pública que se echa a la espalda tal mochila de piedras. ¿Grecia? Todo ayuda, claro, pero el problema es otro.