Llegó el verano, el Señor nos coja confesados. No es por ponerles el ánimo por los suelos, pero el porvenir está oscureciéndose. Yo trato de convencerme de que este año, respecto a los calores, va a ser mejor que el anterior. Por intentarlo que no quede, pero en el fondo de nuestro ser se ha colado esa conciencia negra: la prima de riesgo. ¡Vaya nombre ordinario! Si mi difunta madre viviera, diría: «En todas las familias hay una prima que da el cante». Y ésta lo da con creces.

Ayer, por casualidad, oí por la radio los consejos que daba una señora –de voz ronca y desagradable– para vivir en tiempos de escasez. Las recomendaciones que dio eran para coger el coche, acercarse al Tajo de Ronda y hacer el salto del ángel sin paracaídas. Una, que ha estudiado algo de psicología, ha leído que en tiempos de vacas flacas se aconseja ponerse ropa clara, colores vivos, oír música alegre y, si tenemos fuerza, animar al despedido. Pues no, la señora aconsejaba poner acelgas a hervir, reservar el agua. Freír unos ajos y verter sobre el agua de la cocción: primer plato. El segundo plato eran las acelgas refritas y si teníamos posibles cocer huevos y ponerlos de acompañamiento: medio por persona.

Oiga, ¿tan mal estamos? Esos consejos tenían que estar prohibidos porque, si después de ver un telediario te comes eso que dice la señora, te entra un estado de ánimo que acabas con camisa de fuerza puesta. Nada más perjudicial que una consejera roñosa.

¡Con lo sabrosos que están unos callos andaluces –según la receta de mi difunta suegra– aunque el termómetro señale treinta grados! El que quiera la receta se la mando. Lo juro por la crisis.