Ya está aquí el verano, que diría mi amigo Juani «El Negro», con su sonrisa maliciosa, pícara, disfrutona. El verano llegó ayer, de madrugada, y se coló en la primera plana del periódico, en su página más noble. Desde hace algún tiempo el tiempo es noticia de primer orden. Abre los telediarios, acapara los boletines de la radio y ya está también en las primeras de los diarios. El verano. Dicen los expertos del Centro Meteorológico que este año será más caluroso y seco que otros años. Traducido al malagueño eso es un verano de terrales. El terral. Cuando sopla sobre la ciudad el calor va por las calles dando trompadas, como un animal herido. El terral es un viento airado que acobarda a los pajarillos y asola las avenidas, que tiene la costumbre de alojarse entre nosotros por días impares y luego se va de repente, como si huyera, dejando tras de sí un olor a violetas ardiendo.

El verano, incendiándolo todo, haciendo que hasta los obispos se abracen a la tentación, a la carne, al deseo, como cualquiera. El verano, que es infantil, despreocupado, vital. Quién no querría volver a ser niño, a tener, de nuevo, un recreo de cien soles por delante, las largas tardes de baños que luego recordamos para siempre, esas que, sospecho, nos acompañarán cuando ya sólo quede invierno por delante y los pájaros no canten, o canten ya sólo para otros.

El verano. Un perro echado al sol, un tiempo abandonado de sí mismo y de todo, una tregua caliente, la amnesia colectiva de un país que escapa de su sombra año tras año con la llegada del calor. El verano, con su aliento de leve infierno emergido que nos hace remolonear, que nos llena de desgana, que nos vuelve abúlicos hasta la parálisis. El verano, con sus mañanas hirientes de sol y sus noches lentas de duermevela y ligera brisa que apenas si consuela. El verano, con sus días persiguiéndose los unos a los otros, tiempo también para protestar por los ajustes, para hacer arder la calle pero no al sol de poniente, como en aquella imborrable, irrepetible canción de Radio Futura, sino a la cruda intemperie de los malos tiempos, a la tristeza de lo perdido y de lo que está por perderse, de la queja por tanto recorte que ha sido, es y será.

El verano. Un incendio que se consume a sí mismo.