Málaga nunca dejará de sorprendernos. Para bien o para mal, vivimos en la ciudad de las sorpresas, con su palmeral incluido. Mientras el planeta se posiciona cada vez con mayor contundencia en contra de los actos de barbarie que cada domingo y fiestas de guardar se cometen en las plazas de toros, aquí ampliamos un museo dedicado a la tauromaquia para convertirlo en el más grande. El mejor. Olé. Me parecería una idea genial si se tratase de un centro dedicado a mantener viva la memoria de la crueldad humana, como ocurre con el campo de concentración de Auschwitz, convertido en museo estatal desde 1947, pero mucho me temo que no es así. Bueno, igual me temo que tras leer este primer párrafo habrá alguno que se arranque los collares y ponga el grito en el cielo para expresar su repulsa ante mi comparación –que no es tal, sino más bien una deficiencia en su comprensión lectora– entre la Fiesta y el Tercer Reich. Es lo que tienen los recortes. Los de educación, no los del matador en el albero.

Dicen que el mundo del toro ha inspirado a grandes artistas, todos ellos ya difuntos, por cierto, y que importancia estética en este campo es notable, algo que admito. El hampa, la mafia, la extorsión, el chantaje, los trastornos mentales y las trabas físicas también han sido elementos primordiales en grandes obras literarias, teatrales y cinematográficas sin que por ello se considere una manifestación cultural colgar de un puente al dueño de una pastelería por no estar afiliado a un sindicato de reputación sospechosa. Me apuesto lo que quieran a que si Picasso viviera hoy crearía un gigantesco mural en blanco y negro para denunciar el horror que vive el toro de lidia cada vez que el reloj marca las cinco de la tarde. Del mismo tamaño, o más, del que hubiera pintado al enterarse de las correrías reales por Botsuana.

La Málaga moderna, cosmopolita y de vanguardia se despertó el pasado lunes celebrando el setenta cumpleaños de Paul McCartney, autor de las mejores canciones de los Beatles y un tipo que apoya todas las campañas contra las corridas de toros. Y dos días después la ciudad se puso en pie para aplaudir a Bendodo, autor de la escalada política más fructífera del PP, y su intención de convertir La Malagueta en un espacio expositivo –cito textualmente- «singular, único, histórico, grandioso...». La inversión estimada para este gran museo de los horrores es de un millón de euros. La Diputación no tiene para programar flamenco, pero el capital se les estira cuando de colgar insignes cabezas de astados se trata. En Córdoba muestran con orgullo un pequeño centro sobre la Inquisición y en Santillana del Mar nadie pasa por alto su museo de la tortura. Son lugares muy instructivos. Tras visitarlos uno sale con una clara lección en la cabeza: el hombre no es consciente de su capacidad de provocar dolor y de matar en nombre de ideas tan volátiles como la religión o, peor aún, la fiesta. Eso sí es único, histórico y grandioso.