Las autopistas de peaje de Madrid y la Alicante–Vera acumulan un agujero de 3.800 millones que, a lo que parece, vamos a pagar entre todos. De momento, el gobierno les va inyectando dinero para que sigan funcionando, pero su futuro no está nada claro porque no reciben ni un tercio del tráfico esperado. El mecanismo por el cual nos vamos a comer el marrón no está claro. Una alternativa es que el estado apechugue con el fardo. Otra es poner peaje a las actuales autovías gratuitas, para que no sean competencia. Y otra es sacar el dinero de las autopistas que sí que tienen beneficios a cambio de alargar la concesión, lo que irritaría a los territorios afectados, mayormente periféricos. Por otra parte, tales vías ruinosas se construyeron con un gran recurso, en crédito y accionariado, a entidades hoy nacionalizadas cuyo agujero también estamos pagando entre todos. Las pérdidas, por tanto, ya se están socializando, y más que lo van a hacer.

Las pérdidas se socializan, pero no así los beneficios, que los ha habido. Los obtuvieron los propietarios de terrenos que consiguieron buenos precios de expropiación tras acudir a los tribunales. Los obtuvieron aquellas empresas constructoras que en su momento cobraron las correspondientes facturas. Es creencia aceptada que el gran negocio de la obra pública por concesión radica en la fase constructiva. Esos son ingresos seguros, que pagan los accionistas y los bancos. Luego, la explotación ya tiene más riesgos. Si hay mucho riesgo del banco y poco del accionista, y si este último guarda alguna relación con el constructor, el asunto se comenta solo. También muchas de las promociones inmobiliarias que se están comiendo las cajas bancarizadas produjeron legítimos ingresos a quienes vendieron el solar y a quienes levantaron las paredes; tras el concurso de acreedores de la promotora, la caja se quedó con la deuda incobrable y con las viviendas invendibles.

El dinero no se destruye ni evapora, solo cambia de lugar. Cuando se descubre un agujero financiero cabe sospechar que en otro sitio se ha levantado una montaña equivalente de enriquecimiento. Y ojalá que ese dinero se halle todavía entre nosotros, y no en Singapur, pongamos por caso.