El aumento simultáneo del paro y de las exigencias laborales a los cada vez más escasos trabajadores ha disparado la productividad. Dicho en arcano, el empleo decrece a mayor velocidad que el PIB, por lo que los supervivientes trabajan mucho más. Es una buena noticia, en especial para quienes ingresan los beneficios de esta mejoría y han convertido la crisis en un negocio espectacular, recordemos que la inflación sigue ahí. En el camino que conduce a una nueva victoria de los desaprensivos, cabría preguntarse qué se hizo de la calidad. Nadie habla de ella, ha sido la primera víctima de las guerras económicas. Antes al contrario, el trabajo bien hecho adquiere tintes sospechosos. El profesional que se emplea con las precauciones y la pericia digna de su formación será acusado de saboteador, utilizando en su contra los mismos criterios que la víctima empleó para justificar su desempeño impecable.

El paciente previene al cirujano que se dispone a intervenirle: «Doctor, espero que venga de otra operación agotadora, que realice la mía lo antes posible sin preocuparse por los detalles, y que le quede tiempo para atender hoy a otro paciente». Si este enunciado resulta absurdo en el quirófano, por qué se aplica masivamente, también en sanidad. El mercado laboral se ha extinguido, según puede usted comprobar sin más que preguntarse cuándo escuchó por última vez la historia de una persona que dejó su empleo voluntariamente, para firmar un contrato que le apetecía más. De nuevo, la calidad es lo de menos.

La reforma esclavista de Rajoy confirma legalmente que los méritos de un trabajador son la última circunstancia a considerar antes de castigarlo. Supongo que soy el primer ejemplo de que la elevación del paro a primera actividad laboral no cursa con un aumento de calidad de los empleados. En contra de la meritocracia, la disposición ideal para triunfar en el trabajo es la de un mediocre espabilado, que gradúa sus prestaciones y no siente el menor afecto hacia la labor que ejecuta. El desenlace es previsible, además de inminente.