C­­­uando alguien menciona a «los otros» por su nombre, siempre se organiza un pifostio y proporciona maná con denominación de origen para alimento de algunos. Yo no contribuiré a la pendencia. Sólo aspiro a aportar algo a los vientos de consenso, que en nuestro turismo siempre han soplado, aunque tantas veces ahí hemos estado alguno o muchos para impedirlo€ Hoy aquí, serán «los otros».

Si hubiéramos de ordenar jerárquicamente la cosa, sin que ésta sea una aseveración axiomática, el orden lógico, de menor a mayor, sería el del título de éste: primero, transeúntes; segundo, visitantes; tercero turistas y, finalmente, «los otros»€ Para mejor entendimiento, singularicemos el asunto:

Siendo, como son ambos, proclives a los ejemplos, a mis amigos Pepe y Luis, que son dos, estoy seguro de no les importa que haga uso de sus nombres hoy; otro día, si ha lugar, llamaremos, por ejemplo, Ricardo al personaje. Un poner€:

Digamos que Pepe Luis pasó un día por aquí como transeúnte, se enamoró, picó el cebo fidelizador de transeúntes y, como quería más, avanzó y se convirtió en excursionista. Ya como excursionista volvió a picar el cebo, esta vez el cebo fidelizador de excursionistas, y se convirtió en turista –maximum maximorum de los niveles posibles según algunos–. Como turista, la oferta de cebos fidelizadores eran muchos, muchísimos€ Los picó todos, con lo que logró que su estado mutara del enamoramiento al amor, que es mucho más€ Pepe Luis terminó comprando una propiedad por aquí y se dedicó a ir y venir, ir y venir, con estancias más o menos prolongadas, pero, eso sí, siempre sin llegar al año. Pepe Luis, sin saberlo, se había convertido en uno de «los otros».

Al hilo del ejemplo, y a juzgar por el resultado, diríase que aquellos que empatillaron los anzuelos y pincharon los cebos de la fidelización bien merecieron un diez sobre diez, como recompensa por su magnífica labor. La autoridad, atenta, como siempre, asintió aprobando el proceder de los unos y de «los otros» y, voila, aquí estamos€

Tenemos lo que merecemos. Los turistas que merecemos y «los otros» que merecemos, que para eso hemos trabajado arduamente, como algunos destinos turísticos que nos precedieron y tantos otros que nos imitan en el modelo. Las tribus de «los otros» no son potestad, ni privilegio de nuestra Costa del Sol. Allí donde el «turismo industrial» se afinca, florecen tribus de «los otros». Esto es una verdad unívoca, medítelo, lector, y verá que la cosa es así. Es otra demostración empírica más de que el ser humano, ante determinados estímulos, responde siempre igual, independientemente de su estatura, su color de piel, su complexión, sus rasgos, su nacionalidad, su religión o sus tendencias sexuales. Cosa de humanos€

Cada vez más y más, cuando refiriéndome al medioambiente, a la naturaleza, pienso en el «turismo sostenible» me reafirmo en que, excepto algún caso, que aún no conozco «uno es un gran dudante metódico», lo de «turismo sostenible» sólo es pensable como figura retórica, como oxímoron. El «turismo sostenible», excepto en la retórica y la poética, es tan imposible como «el silente ruido del trueno», «el inerte vaivén del tiempo» o «la luminosa sombra de la nada». El «turismo sostenible» podría hasta ser «la posibilidad imposible de nuestra desesperanzada esperanza». Distinto es si la sostenibilidad turística la pensamos en términos –ojo, también políticos- de conocimiento, de gestión, de estrategia, de rentabilidad, de competitividad€. Amigo, este es otro cantar. Esta otra sostenibilidad, posiblemente, hasta debiera obligarnos a deshacer algunas muchas cosas.

Lo que es, no es más que lo que es, no admite negación. Todos estamos obligados a hacerlo mejor. Nuestros invitados, sean tribus de turistas o tribus de «los otros», ya están aquí.

Desmanes hemos hechos muchos-bastantes –los unos y «los otros»–; son demostrables y dan fe de algunas torpezas en la gestión y en la planificación. No más desmanes. Sólo más consciencia turística verdadera, libre de intereses y estrategias partidistas es bastante. Intentar dirimir cuestiones semánticas y etimológicas es una pérdida de tiempo. Las supuestas raíces latina o aramea que impedirían a «los otros» ser turistas, o la cómoda manga ancha de la OMT al definir «turismo», ni cambian, ni cambiarán, nuestra realidad. Nuestra realidad no es un constructo mental, sino una realidad presente y es nuestra responsabilidad. Aceptémoslo los unos, «los otros» y las instancias que nos presiden.

Psss, ¿quién dijo residencial?