La palabra ciudad, cuya etimología deriva del término latino «civitas», y éste a su vez de «civis», ciudadano, encierra la explicación de su origen y su razón de ser. La ciudad es el lugar que ocupa una comunidad de personas que deciden convivir en el mismo espacio físico para beneficio mutuo. Con esta decisión el hombre trasciende su individualidad convirtiéndose en ciudadano y transformando el territorio natural en espacio propio, en hogar de todos, en ciudad.

Desde sus orígenes la ciudad, ha mostrado como en un reflejo, el carácter, ambiciones y sueños de sus ciudadanos, atendiendo en su desarrollo a las necesidades de cobijo de sus moradores y a las actividades generadas por la relación de sus ciudadanos y visitantes: escuelas, mercados, sanatorios, lugares de culto religioso, cementerios€La ciudad ha sido el tablero de ajedrez que acompaña y encauza el despliegue de sus habitantes en el tiempo. La arquitectura que la conforma transforma el espacio natural en espacio humanizado, y esta transfiguración de una naturaleza hostil en una naturaleza a nuestra medida, amable y favorecedora, es el mayor logro del que nos podemos enorgullecer como especie.

Hace casi diez años acompañé a coger su vuelo a un querido maestro, a cuyas clases pude asistir tiempo atrás, hablando de las dificultades de una ciudad como Málaga, donde la potencia del poder económico tomaba el control de la actividad y tiempos de la construcción, reduciendo el poder de la arquitectura, cuyo ejercicio resultaba heroico, demandando un esfuerzo superior al debido para la obtención de unos tiempos mínimos para unos logros básicos. A lo que él me respondió: «¿Y a qué ciudad no le pasa?» Desde entonces, el tiempo transcurrido y los efectos de la frenética actividad inmobiliaria, distinta de la arquitectónica, ha mostrado cómo la ciudad puede alejarse de su condición primera convirtiéndose en un lugar menos favorable para la vida. Aun así, como decía Andrea Palladio, la ciudad es la «casa grande» de todos, cuyo cuidado es necesario para recuperar no sólo el poder de su arquitectura para crear atmósferas favorables, sino también para reencontrar el sentido de una comunidad capaz de la mejora mutua de sus miembros. Está en el ADN urbano.