Hay un autobús pantojo. Personas que acuden al juicio de su artista favorita como quien se organiza para asistir a un partido de España a jalear a su equipo, con bufandas o peinetas, tanto monta. Montan tanto...

La diferencia estriba en que aquí el adversario juega con un juez togado en la portería, un fiscal y sus ayudantes en la defensa y distintos investigadores policiales y peritos económicos repartidos por el centro del campo, cuyas exiguas primas salen del erario público. La metáfora, o la tormenta, perfecta.

No hablo de Isabel Pantoja, ni como persona ni como estrella de la copla de este país, lo que está por encima de toda duda, gustos aparte. Que la justicia dirima sus presuntas responsabilidades penales o la absuelva.

Lo que hago es observar con triste curiosidad esa punta de ciudadanía que invierte su tiempo en el hooliganismo judicial, en defensa presuntamente de su ídolo como si no fuera de este mundo por encima de las leyes de este mundo. Y deseo que no sea la punta de un iceberg sociológico que nos refleje demasiado. Ni la punta de una bata de cola que barra con su desparpajo el escenario de la legalidad desde posiciones ignorante o interesadas. Lo deseo con la misma fuerza que exijo respeto a la imputada por parte de quienes intentan declararla culpable lo sea o no, sólo por el hecho de ser uno de esos personajes que habitan la aristocracia de la morralla rosa de ciertos programas y publicaciones que hacen del ocio menos deseable de los demás su pingüe negocio particular.

Mientras España coloca deuda pública en los mercados muy por encima del interés que nos permitirá devolverla con un mínimo de desahogo en tres años. Mientras el copago sanitario empieza a rasgar sin piedad la proa del estado del bienestar. Y se plantea subir el IVA que grabará a quienes menos tienen para pagar lo que no tienen más remedio que comprar. Mientras los profesores que investigan en la pública comienzan a sentirse abandonados a su suerte en medio de sus investigaciones. Y suben las tasas en la Universidad, con reformas que ponen más difícil aún sacar adelante el grado a quienes no tienen más remedio que trabajar y asistir como pueden para pagarse los estudios universitarios.

Mientras organizaciones como Cáritas o Unicef alertan de que hay niños que sólo comen una vez al día la comida del colegio que en muchos centros se va a suprimir. O cuando Proyecto Hombre acaba de advertir del aumento del consumo de sustancias que ya eran pasado, como la heroína, porque son más baratas y radicales a la hora de evadirse de la realidad. Mientras esto nos sucede en cascada, aunque con una pendiente tan leve que apenas es perceptible para aquellos a quienes aún no les ha salpicado la crisis, tener que soportar que una peineta con ruedas hincada en el cerebro aparque junto a la ciudad de la Justicia es demasiado€