La reciente tormenta financiera ocasionada por el anuncio y posterior petición formal a la Unión Europea el pasado lunes de ayuda a la banca española, nos mantiene a casi todos, además de ocupados, muy preocupados. Tras casi cinco años de crisis, la reforma del sistema bancario español aún no ha concluido. Los evidentes fallos en el diagnóstico, la ineficiente gestión de la crisis del sector y la falta de transparencia, han propiciado que pasemos de enorgullecernos de la solvencia de nuestro sistema financiero, a pedir un forzoso saneamiento a Bruselas. Y eso, a pesar de los célebres «test de stress» del pasado verano, que como consecuencia de sus idílicos resultados, vaticinaban un futuro cargado de esperanza.

Las reiteradas ayudas públicas a los bancos y cajas de ahorro han consistido en más deuda a altos tipos de interés, sin tomar en consideración sus balances y sus cuentas de resultados. Se impulsaron desafortunados procesos de fusión y absorción de entidades, dando como resultado que muchas de ellas en la actualidad, no sean viables económicamente. Las anteriores medidas han sido mayoritariamente con carácter parcial y han llegado siempre tarde, como el caballo del malo. El problema mayor a mi entender no ha consistido sólo en la capitalización, sino en el inabordable saneamiento de los activos inmobiliarios que permanecían en los balances de nuestras entidades financieras. Por eso, mientras no se proceda a la «descontaminación» de las referidas cuentas y balances, los mercados seguirán dudando de la solvencia de nuestro sistema bancario. Y eso significa, más sacrificios, más esfuerzo y tiempo€más tiempo.

A pesar de lo anterior, el rescate era necesario y diríamos que casi imprescindible, para evitar males mayores y probables contagios a otros países y entidades europeas. La solución intermedia adoptada, puede ser un acierto al resultar un rescate limitado a la banca, otorgándose la ayuda al FROB (agencia gubernamental), de tal forma que la responsabilidad y la titularidad del préstamo recaerá sobre el Gobierno Español. Por el contrario, el Estado carga con el riesgo del rescate, o lo que es lo mismo: los ciudadanos.

La cuestión reside en vaticinar cuándo volverá a fluir el crédito para PYMES, autónomos y familias con relativa normalidad. Es decir, ¿hasta cuándo podrán resistir sin apenas financiación nuestras empresas, tras casi cinco años de dura crisis?

Nos tememos que aún queda mucho para recuperar el aliento. El restablecimiento del crédito y la liquidez requieren concluir el proceso de reestructuración del sector. Y tras innumerables intentos de reformarlo, nos encontramos todavía en la fase de evaluación de sus auténticas necesidades. Es lamentable el tiempo perdido todos estos años para al fin, cuantificar el importe del rescate, curiosamente a través de dos auditoras externas contratadas por el Ejecutivo. Han sido 62.000 millones como máximo, los requeridos con urgencia. Y eso que aún desconocemos las exigencias de la Unión Europea. Probablemente, las condiciones serán particulares, según las necesidades de capitalización de cada entidad, pero no sería de extrañar que se demande a todo el sistema financiero español un capital mínimo o el establecimiento de un límite de apalancamiento, esto es, el porcentaje que pueden representar los créditos concedidos sobre los depósitos de cada entidad.

Además, el rescate no generará crecimiento y empleo a corto, pero sí podría hacerlo a medio plazo si se emplearan los recursos de manera adecuada. Si la limpieza de balances se hace con carácter definitivo, volveríamos a tener un sistema renovado y con credibilidad. Conseguir un sistema financiero saneado, de nuevo enérgico y solvente, representa un paso fundamental para que la actividad económica se reactive, lo que significa estar en condiciones de financiar la economía real, la verdadera, la que sostiene un país a través de su tejido empresarial.

La célebre frase de Benjamin Franklin «Si quieres conocer el valor del dinero, trata de pedirlo prestado», tiene más sentido que nunca. Los empresarios siempre hemos tenido presente que el dinero no se regala, hay que devolverlo con creces, haciendo frente a su auténtico coste. Forma parte de nuestro ADN. Desgraciadamente, muchas PYMES han desaparecido como consecuencia de la crisis y de que nadie haya procedido a rescatarlas. Ahora son los bancos y el Estado los que deben realizar su travesía del desierto a base de racionalidad, determinación, transparencia y generosidad. Generosidad, hacia quienes una vez más, los apoyan estoicamente en tan difíciles momentos. Que no son otros, que los sufridos contribuyentes.