En cumplimiento de una tentación atávica de la derecha, el PP ha trasladado el clasismo a la salud. Los españoles quedan subdivididos en sanos y enfermos. De los segundos no se cuidará nadie salvo que puedan pagarse su vicio, antes llamado enfermedad. La ministra Ana Mato ha exhumado un fraude sanitario que el PSOE mantenía oculto, y consistente en que numerosos contribuyentes se autolesionaban por los métodos más ingeniosos, para disfrutar a continuación de medicamentos gratuitos que aliviaran su dolor. Los impostores se han quedado sin coartada, y el hallazgo del Gobierno se traducirá en un ahorro de 400 millones de euros. Es decir, treinta veces menos que el agujero conseguido en Bankia gracias a la gestión incansable de los populares.

Sanidad sólo quiere males mayores. Ana Mato mostraba un estado de salud envidiable, al afear su comportamiento a los enfermos de escasa entidad. Sin alterar su ritmo cardiorrespiratorio, la ministra les suprimió los medicamentos que tratan «afecciones leves». Hay mucho cuentista bajo la excusa de unas hemorroides sangrantes, y el PP va a desenmascararlos. Para dejar claro que no había cometido un desliz, la miembro del Gobierno que se encontró con un Jaguar –coche, no felino– de Gürtel en casa y prefirió no hacer preguntas, insistió en que los centenares de productos retirados corresponden a «enfermedades menores», que ni siquiera ponen en peligro la vida de sus pacientes.

En todo momento, el tono de la salutífera ministra era un rotundo «se lo tienen bien merecido», como si la escasez de recursos hubiera restringido a los pacientes la ambición necesaria para contraer una patología de alcurnia. Las tradicionales y estériles campañas contra las enfermedades que desarrolla un ministerio sin competencias han sido sustituidas por un exigente programa contra los enfermos, que son evidentemente los primeros culpables del gasto desenfrenado en medicamentos. A partir de ahora tendrán que pensárselo dos veces, antes de entablar relación con virus y bacterias. Al propugnar la automedicación con ungüentos caseros, Ana Mato se sitúa en la línea genealógica del «caldito» de Celia Villalobos, instaladas ambas en los añorados siglos previos al festín farmacológico. El Gobierno desciende de las nubes macroeconómicas al pragmatismo de las varices.

La ministra olvida que las afecciones son «leves» para quienes no las padecen, aunque probablemente habla por propia inexperiencia. Una menor inversión en salud conlleva menos salud, lo cual reporta mayor gasto en salud. Es un concepto que debería ser fácil de captar para el Gobierno, porque también su abordaje de la deuda demuestra que cuanto más pagas, más debes. En cuanto a la salud por estamentos que alienta el PP, en la confianza de que sus votantes jamás atraparán dolencias sin pedigrí, menos salud para algunos implica menos salud para todos. Al igual que sucede de nuevo con la economía, la salvación no será selectiva, sino colectiva. O no será.

Era urgente denunciar a los «enfermos menores» que provocan una sangría en las arcas públicas. Pertenecen al mismo gremio pícaro que los ciudadanos agraciados con hipotecas porque se dirigían a su sucursal bancaria con tono amenazante, y los banqueros amedrentados se veían obligados a entregarles cientos de miles de euros a cambio de inmuebles de saldo y sin garantías de cobro. Con todo, una ministra menos preocupada por el fraude de los usuarios podría haberse centrado en los laboratorios y expendedores, para negociar los precios de los medicamentos a la baja, en porcentajes similares a los descensos efectivos de salarios y pensiones. Por no hablar de la paradoja de que una persona pueda vender coches que no sabe usar, pero no pueda comerciar con fármacos.

Al mismo tiempo que Ana Mato reprobaba a los enfermos imaginarios, los clubes de fans de Isabel Pantoja anunciaban manifestaciones frente a la audiencia de Málaga, donde se juzga a la tonadillera por un presunto fraude fiscal de 3,5 millones de euros. Estadísticamente, entre los melómanos hay un contingente de usuarios de medicamentos privatizados por Ana Mato. Es decir, pueden manifestarse simultáneamente a favor de una artista que presuntamente no pagó impuestos, y a favor de que los impuestos paguen los fármacos retirados. La pregunta final rezuma obviedad, ¿de dónde ha de salir el dinero para abonar los fármacos susodichos, si nadie lo declara a Hacienda? Sólo la ministra puede resolver este dilema con salud.